Una de las sesiones del club de lectura dedicado a escritoras africanas y afrodescendientes, dinamizado por Charo González Palmero en la Librería El Refugio de La Laguna. CEDIDA
Soy lectora compulsiva desde que aprendí a leer con cinco años. Evolucionando, descubriendo, quedándome anclada un tiempo en ciertas literaturas o autores, cambiando de tercio… ¿Y África? ¿Cuándo comencé a leer a África, ese vasto continente de 55 países al que geográficamente pertenecemos?
Pues leyendo La historia de mi hijo de la sudafricana Nadine Gordimer, quizás con veinticinco o veintiséis años, aunque no deja de ser una sudafricana blanca que recibió el Premio Nobel en medio de los estertores del apartheid, y que por esa razón (la del Nobel), se tradujo relativamente pronto al español.
¿Y escritores africanos negros? Eso vino muchísimo más tarde, con Tiempo de perro del camerunés Patrice Nganang, hace algo más de una década. Además, en una buena traducción dado el éxito del libro, lo que no ocurrió con libros leídos posteriormente, así que terminé buscando muchos de ellos en ediciones originales, encargándolos, rebuscando en librerías amantes de lo diferente…Ken Bugul fue la primera escritora negra que leí, en una de esas ediciones infumables, así que continué leyéndola en francés hasta dar con una bellísima traducción de El baobab loco realizada por Antonio Lozano.
En estos diez años, el sesenta por ciento de mis lecturas han sido africanas, y en el último lustro, casi exclusivamente de escritoras del continente vecino. Lecturas convertidas en un acto profundamente político, así que ahora tocaba dar un paso más: aportar mi granito de arena ayudando a visbilizarlas.
En marzo de este año, y con la complicidad de la Librería El Refugio en San Cristóbal de La Laguna, comencé un pequeño club de lectura centrado exclusivamente en escritoras africanas y afrodescendientes. Una reunión mensual para hablar de ellas, de sus inquietudes, de sus realidades, y evidentemente, de sus libros. Para situarlas en el mapa y contribuir a darles voz en este rincón del Atlántico.
Comenzamos ese mes con Mi carta más larga de la senegalesa Mariama Bâ, un referente dentro de la literatura africana femenina. Un libro imprescindible escrito a finales de los años setenta, que nos habla sobre la poligamia desde el punto de vista de las primeras coesposas, porque es importante conocer las voces femeninas sobre esta realidad social, no sólo la de Mariama Bâ hace casi medio siglo, sino también la de autoras como la senegalesa Ken Bugul en Riwan, la mozambiqueña Paulina Chiziane con Niketche. Una historia de poligamia o la más actual, la nigeriana Lola Shoneyin con su maravillosa La vida secreta de las mujeres de Baba Segi.
El libro de abril fue Corazón que ríe, corazón que llora de la afrodescendiente guadalupeña Maryse Condé, continuando con libros escritos en francés, pero pasando de una excolonia a un departamento de ultramar, donde la realidad termina siendo un potpurrí en el que el pasado esclavo ha dejado una huella indeleble. A partir de la novela hablamos de los Grandes Negros antillanos, de sus privilegios pero también de esa barrera intangible que les mantenía fuera de ciertos privilegios. La prolífica escritora, Premio Nobel alternativo de Literatura en 2018, y fallecida en 2024, es el ejemplo de una realidad sesgada, y que a través de sus libros autobiográficos nos transporta a la alienación de los descendientes de las personas esclavizadas llegadas de toda la geografía africana, de diferentes etnias, culturas y lenguas, y que se transformaron una generación después en una única voz, el créole, perdiendo o transformando sus propias costumbres ancestrales.
El tercer libro, en el mes de junio, fue Flores de papel de Ebbaba Hameida, que no estaba previsto en mi lista inicial, pero al leerlo un par de meses antes, necesité hacerle inmediatamente hueco: escrito en español y hablándonos de otra realidad, la del pueblo saharaui, pero desde el prisma de la mujeres que han vivido, sufrido y sostenido a lo largo de tres generaciones, la cultura y la dignidad de un pueblo vapuleado durante más de medio siglo.
El último mes de la temporada fue el turno de Florescencia de la sudafricana Kopano Matlwa. Un libro que nos habla de la violencia social en las grandes ciudades del país, fruto de las enormes desigualdades, y el racismo hacia quienes llegan de otros países en situaciones mucho más precarias, como Zimbabue o Mozambique.
En septiembre retomaremos la experiencia, mapeando países, culturas y lenguas (coloniales, todo hay que decirlo), pero, sobre todo, descubriendo conjuntamente el peso de una escritura que hace décadas que superó lo anecdótico, y de unas escritoras que nos muestran realidades que deberían sernos mucho más cercanas.
Una recomendación para este verano: comiencen a leerlas. Imposible que les dejen indiferentes.
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