A tumba abierta, sin descanso

Se consuma la tragedia el día en el que tu existencia queda atrapada en una pavorosa trinchera de pulso acelerado y enconamiento irracional de la idea. El frío polar del fracaso quema los párpados de aquellos que soportan la humillación mientras se van quedando solos, y tenaz es la intención autodegradante que afinan con maestría perfiles de carácter megalómano. Debe ser unos de los grandes misterios sin resolver de la conducta humana, porque no hay soledad más dura que la del fracaso y circunstancia más inoportuna que un incómodo trozo de hueso de pollo metido en el zapato que te obliga a sufrir inclemencias perfectamente evitables. La adoración por uno mismo en la tribuna de oradores es una exhibición flagrante de torpeza que hace de ti un minúsculo liliputiense. Serás el nuevo pobre, el nuevo pobre novato entre los más pobres y desafortunados. Me costó la vida en terapia y ahora aparco mi directa claridad mental y me libero para poder desnudarme en la exposición pública de mi repentina apertura, poco frecuente en mí, aquí, en esta columna de opinión, la de un escritor en su marejada con barco de vela e intuición de lobo de mar que no se pierde. Me creo en el derecho a equivocarme y a enterrar mi apetito de combate para evitar desgraciar definitivamente mi vida, compromiso que exige no enfrentarse a espectros y relámpagos de hombres que fueron la promesa del mundo de los sueños húmedos de la revolución, y que ahora, destilan el veneno intragable del metal oxidado.

Apagaré las luces inclinadas del aturdimiento de los sentidos con la delicadeza característica del que tanto se enfada con el mundo y tanto respeto por sí mismo siente. Presenté mi renuncia a despilfarrar mi tiempo escuchando notas de audio que contenían una incitación al enredo, a la densa locura de desvaríos sofocantes que no me apetecen. Los delirios sin placer son el desfiladero de la muerte en vida, la autodestrucción del opulento banquete de las endorfinas. No hay mayor atrocidad ocupando el tiempo vital que el aburrimiento de la crispación. La estancia en las trincheras está claramente sobrevalorada, porque no inauguran mesas de negociación ni espacios humanos de cercanía.

Presenté mi renuncia a continuar regalando el tesoro de mi tiempo a las mentes turbadas, pero sin gracia. Siempre conocí la extravagancia benévola, el error sin odio, la negligente condición humana que no debe ser perseguida, sino aceptada. Los que jugaron a ser ellos mismos y nunca perdieron. Un placer haberles conocido. Presento mi renuncia, mi irrevocable dimisión. Presento la mejor función teatral de mi vida: el ceremonial del suicidio de mi propio absurdo. Presento mi marcha del mundo que tú habitas, progenitor de un universo que oscurece el ánimo de quien cometa la grave irresponsabilidad de acompañarte. Envié a la hoguera toda mi buena educación de persona atenta que, por una extraña razón, intenta perdonar lo imperdonable y aceptar lo inaceptable. Más madera podrida para un fuego devastador.

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