Criterio.
Parece un sustantivo simple, una palabra que no necesita más presentación.
Criterio.
¿Cómo emplearlo? ¿Para qué? ¿En cualquier contexto? ¿No será encorsetar el arte y la cultura si se abusa de él?
Al final, las gestiones necesitan una definición, y esta no tiene por qué ser siempre un adjetivo.
Pero empecemos por el principio.
Las políticas y los proyectos culturales son ramas de un mismo tronco, pero mientras los segundos pueden permitirse el lujo de cierta ocurrencialidad, las primeras necesitan entender previamente el contexto. Sin ello, el colapso puede producirse incluso colocando las primeras piedras de unas bases que necesitan solidez, constancia, visión y compromiso.
Criterio.
Es ahí donde la palabra adquiere su significado: criterio para analizar, pero también para diseñar, establecer un sendero y, lo más importante, construir unos pilares sólidos y flexibles a un tiempo. Lo visualizo casi como los edificios construidos en zonas continuamente castigadas por terremotos de gran magnitud: seguros y adaptables.
Una política cultural va más allá de una visión individual e individualista. De hecho, debe ir más allá, basándose en la consulta y el consenso. Y no puede, por ser ya un modelo obsoleto, seguir basándose en la mera sucesión de exhibiciones, alternando artes escénicas, música, literatura o pintura de forma aleatoria, sin reflexión y sin visión.
Una política cultural es material sensible, asentándose sobre tres patas fundamentales: qué queremos conseguir al programar, qué desea obtener la audiencia, qué logramos crear. Es necesario alcanzar un equilibrio, una fluidez que permita la permeabilidad entre esas tres preguntas, y donde finalmente lo que ocurra sea el resultado de los deseos y necesidades de todas las partes.
En estos momentos, en los cuales vivo inmersa en proyectos, tanto personales como ajenos, sigo muy atenta la evolución de las políticas culturales, no sólo a nivel municipal, sino también insular, regional y nacional. Todo afecta, para bien o para mal, y siento que esa ocurrencialidad que no debería existir a esos niveles, es una herramienta usada con profusión. No siempre y no en todos los espacios, pero siento que quienes realizan proyectos, son quienes están dando el salto cuantitativo y cualitativo que la sociedad necesita: proyectos increíbles, nacidos de la escucha y el compromiso, que trabajan la interacción con las audiencias, elaborando puentes sólidos por los que transitar sin agobios. Proyectos que son o no apoyados por quienes realizan las políticas culturales, pero que encuentran fórmulas para nacer, crecer y permanecer.
Criterio.
Intento que ese sea mi mantra, y sé que es el de muchas personas dedicadas a esto. Sólo desde ese lugar, los proyectos toman cuerpo y se fortalecen. Tienen algo de solitarios, aunque se desarrollen en espacios para compartir. Tienen algo de quijotescos aunque sea evidentemente un medio para ganarse la vida.
¿Están los proyectos y las políticas culturales en sintonía? ¿Hay una visión global y permeable que atraviese todas esas ramas? Regreso al concepto de ‘ocurrencial’ para posicionarme en el no. Se crean microcosmos sellados, sin interacción ni diálogo, y la visión holística desaparece. Sólo queda seguir creando desde la pasión y la honestidad, creyendo en lo que se hace y en el camino elegido para conseguirlo.
Criterio.
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