Portada de la obra Historia de Mr. Sabas, domador de leones, y de su admirable familia del Circo Toti. CHARO GÓMEZ PALMERO
Recuerdo tomar la guagua desde Los Llanos hace unos doce años, para asistir a alguna que otra sesión de Mi película preferida en el Espacio Rafael Daranas, que él moderaba. Y aquella fantástica entrevista a Manuel Rivas (palabras mayores), que reunió a quien ya admiraba con quien llegaría a admirar. Pero aún no le había leído. Eso llegó un poquito más tarde, de la mano de ‘Mr. Sabas’. Me gustó, evidentemente, pero su escritura terminó por atravesarme unos años después, cuando leí el que considero uno de los grandes libros en castellano de las últimas décadas.
Y no, no tiene nada que ver con el cariño, las querencias o el chauvinismo; tiene que ver con la belleza de la palabra escrita, siempre la justa, convirtiendo en universal una historia personal, como es Historia ilustrada del mundo, un libro que recuerdo comprar por primera vez en la Feria del Libro de Madrid de 2018, en la caseta de la propia editorial, en medio de una rocambolesca historia que me llevó a conocer a otro poeta, Javier Vicedo. Y digo por primera vez, porque creo que es el libro que más veces he comprado para regalar, como quien regala una joya, a mis amigos más queridos.
Historia de Mr. Sabas, domador de leones, y de su admirable familia del Circo Toti, la revisitación de su primer ‘Mr. Sabas’ y sus rocambolescos misterios, lo paladeé entre aviones y noches de insomnio en La Habana a principios de 2020, poco antes del confinamiento, en medio de uno de esos curiosos jet lag que crees controlar, pero que terminan transformándote en lectora descontrolada.
Y es que leerle o escucharle es uno de esos pequeños placeres que ningún lector debe perderse.
Cuando lees a Anelio, las palabras se derraman como la miel, sintiendo incluso su sabor en el paladar. Pocos escritores como él manejan el lenguaje de esa manera, con cada frase pensada para que resulte una lectura fluida, cargada de sutiles matices e inesperados recovecos.
Cuando lees un libro suyo no puedes soltarlo, y terminas devorándolo, degustándolo como si de la mayor exquisitez culinaria se tratara. No es lo que cuenta, sino cómo lo cuenta, cómo juega con el vocabulario, cómo atrapa, cómo es capaz de generar tantas y tan diversas emociones en quien lee.
¿Cuándo crucé mis primeras palabras con él? Creo que debió ser al presentar La tradición insular del tabaco en el Espacio Cultural Real 21, supongo que en 2016. Un trabajo de investigación pasado por el tamiz de su prosa, esa que es capaz de transformar un árido informe jurídico en un tratado casi poético.
A veces, la obra devora al artista. Un hecho frecuente y francamente doloroso para quienes creemos que quien escribe un tratado sobre el hambre en el mundo de manera magistral, debe ser buena persona. Confundimos, y en esa confusión nos perdemos. Pero esto no ocurre con Anelio. Es el escritor el que ha fagocitado su propia obra, convirtiéndola en una extensión de su bonhomía.
Quizás la timidez, quizás la doble insularidad como espacio de trabajo, pero sus obras son los frutos de un docente transformado en artesano escribidor, de un hombre bueno que escribe desde el cuidado y el respeto, desde un vasto conocimiento que comparte generosamente en cada página.
Así que haber sido nombrado Hijo Predilecto de La Palma el pasado jueves es un acto de justicia hacia quien siempre pone a la isla en el centro de su discurso y de su pluma. Es un acto que honra a la persona y a su obra, y al que, por razones propias de mis caóticos despistes, terminé por no poder asistir a pesar de su amable invitación.
Honrar en vida. Honrar a quien da constantemente, a quien deja huella en nuestro paisaje cultural, a quien con la voz pausada de quien no necesita demostrar absolutamente nada, convierte cualquier conversación en trascendente. Honrar siempre, a quien es isla y la embellece cada día con su presencia y su palabra.
Leave a reply
You must be logged in to post a comment.