Alfonso Escalero el pasado domingo 16 de marzo en la entrega de los premios Cabildo Insular de La Palma. CEDIDA
Una franca alegría ocupa por completo su rostro. Alfonso Escalero acaba de recibir, de manos del presidente del Cabildo Insular de La Palma, una medalla hermosa y distinguida, celebrada como cuando crees que se han olvidado de ti, pero aún te recuerdan. Una medalla en su solapa, en la solapa de la chaqueta de un hombre alejado de los trajes, las corbatas y los actos institucionales llenos de pompa y ornato.
En cambio, esta medalla no es la oscura medalla que se concede para activar la máquina de lavar la conciencia de los responsables políticos de la emergencia más importante que ha sufrido La Palma en su historia. La medalla a Alfonso Escalero es la medalla que reconoce el sufrimiento de todos los vecinos del querido Valle de Aridane. Honrosas excepciones para sostener un optimismo raquítico, pero, sin embargo, poderoso, porque la entrega de esta condecoración significa la pronunciación de un justo sentido de la correspondencia a modo de gratitud inmensa.
El reconocimiento a la labor de ayuda a los damnificados por la erupción volcánica de 2021, por parte del fundador de la productora audiovisual I Love the world, ocurrió el pasado domingo, 16 de marzo, en el Museo Benahoarita de Los Llanos de Aridane, en el marco de la entrega de los premios Cabildo Insular de La Palma y con motivo del 112 aniversario de la fundación de esta institución.
Me pregunto cómo habría sido el relato final de la erupción del volcán Tajogaite sin los ojos de los drones que, este malagueño afincado en Tenerife, echó a volar sobre el manto negro de la colada lávica. Cómo hubiésemos imaginado los pormenores y los detalles del cadalso volcánico en la ladera oeste de La Palma sin I Love the world. El viaje aéreo de la esperanza ante el implacable rodillo basáltico que descendía con hambre de tragarse todo lo que encontrara a su paso. Escalero es un personaje controvertido y, por consiguiente, profundamente humano. Hombre temperamental al que conocí durante el aterrador fragor de la catástrofe volcánica de La Palma en aquellos días sin calma, entregados como estábamos a la desaparición de un mundo que no volvería a ser, y que quedaba representado gráficamente, en el drama delirante de los barrios sepultados por la lava incandescente. Un mundo que dejaba de existir, mientras soñábamos el sueño frustrado de que el coloso natural dejara de rugir.
La generosidad tiene sus detractores, y los políticos, en general, están poco acostumbrados a que un señor de fuera ponga al servicio de la gente los medios tecnológicos de los que dispone. Un adelantamiento por la derecha que algunos consideraron «ilegal», una erosión indebida al orgullo político de los mandamases, en aquel momento, de una isla que se precipitaba hacia un abismo de destrucción sin precedentes. Alfonso reclamó, reivindicó y señaló las deficiencias de un sistema que, en tantas otras situaciones de extrema gravedad, no funciona como debiera, y lo más importante, alumbró el ánimo demolido en medio de la oscura e interminable noche.
Si viviera solo un día más de los 50 años que ahora tengo, lo haría sintiendo la suerte de haber conocido a un genio del altruismo, de fuerza telúrica y cercanía conmovedora. Ahí queda tu obra, Alfonso, tu trabajo y el libro Las otras historias del volcán. La memoria de la pérdida impresa está en el papel, para que nadie la olvide. Es el mayor regalo que nos hiciste, y el agradecimiento, es infinito.
Leave a reply
You must be logged in to post a comment.