Se acaba de abrir la tierra. Es el último domingo del verano. Cantaban los pajarillos y mi gato habló con un maullido ronco premonitorio a las 15:10 horas, minutos antes del gran estallido. Poco después, una columna de materiales volcánicos dibujó en el cielo la señal de un recuerdo indestructible. A veces, pienso que tan fascinante suceso natural de desastrosas consecuencias aparecerá como una tira de imágenes cinematográficas cuando esté cerrando los ojos para despedirme del mundo. La imagen del feroz volcán construyéndose a sí mismo, igual que un titánico proveedor de vida sobre la Tierra durante 85 días, vendrá a alumbrar mi mente en mi última visión, antesala del postrero estertor.
Escribir sobre la erupción volcánica no es sencillo. El seguimiento de la actualidad reconstructiva, enfocada en la recuperación de infraestructuras, apertura de oficinas y ventanillas para damnificados, ayudas millonarias, partidas presupuestarias y elevadas bonificaciones al IRPF, junto a las reivindicaciones de los afectados en el primer año tras el evento volcánico, provoca que siempre ande algo despistado y no sea capaz de percatarme de la dimensión real de la huella de dinosaurio que deja en nuestras mentes una catástrofe natural con tantas implicaciones a todos los niveles; con múltiples factores, casuísticas y actores, algunos de ellos, y pertenecientes al ámbito rector de la política, humanamente despreciables.
El pueblo palmero entró en shock hace cuarenta meses y ahora duerme un sueño extraño. Podría pensarse que el retorno a la normalidad aparente significara la superación triunfante del impacto traumático, que el pasado, pasó, y que mirar hacia detrás ni para coger impulso. Estas expresiones forman parte de la conservación de un acervo cultural de frases hechas y vaguedades inservibles, porque la incorporación de la pesadilla al resto de nuestras vidas está llena de intimidad y silencio.
No sabemos cómo se siente, en abril de 2025, el corazón de las personas residentes en el Valle de Aridane que sufrieron, en mayor o menor medida, las consecuencias de la erupción volcánica. Cuántas andan como almas en pena buscando un sentido nuevo a sus vidas tras la devastación. Los que perdieron su hogar sepultado bajo la lava, tal vez, quieran convencerse de que su nueva residencia, el no lugar, es la creación de una nueva vida después de la destrucción. Imagino que la supervivencia emocional consiste en mantener en pie un leve convencimiento para equilibrar la mente y el ánimo de los que lo perdieron todo. Sin embargo, de esto nunca se habla. La corriente del río impone su ritmo y su cauce. Pasar página, pasar página rápido. Cambiar de tema, poner en marcha la campaña propagandística sobre la resiliencia y la sobresaliente capacidad del palmero para remontar el vuelo y no rendirse. Un ejercicio, otro más, de chovinismo impulsado por una clase política palmera previsible, que articula, gracias a su gruesa nómina de magos de la palabra, mensajes ridículos e insustanciales destinados a la población. Una población machacada por los recuerdos y por el duelo de haber perdido el hogar generacional, el terruño, la raíz.
Me gustaría saber si la dura experiencia vivida ha dejado algún aprendizaje en los dirigentes políticos, los científicos y los periodistas; tres ámbitos profesionales que, por norma general, están poco acostumbrados a la autocrítica. Observar las deficiencias en la gestión de la emergencia volcánica de 2021, siendo más humildes y abandonando la prepotencia habitual, porque tanto políticos, científicos como periodistas deben estar, en caso de catástrofe natural, prestando un servicio público a la sociedad. Nada de cálculos políticos ni de búsqueda desesperada de titulares con los que abrir, a cuatro columnas, las ediciones de sus periódicos al día siguiente. El sensacionalismo es una estrategia empresarial para buscar dinero y, de paso, un tortazo en el rostro de la amargura de los que sufren. Es el cero absoluto en empatía. Háganselo mirar, políticos y periodistas.
Necesitamos divulgadores científicos, menos tecnicismos y menos lenguaje encriptado en clave científica. Necesitamos llevar el conocimiento científico al terreno del lenguaje comprensible. Hay que empezar desde abajo a educar en riesgo volcánico. Con todo lo dicho, ¿alguien cree que, si mañana vuelve a haber una erupción volcánica en Canarias, no se van a repetir exactamente los mismos errores? Urge la creación de una comisión responsable que trabaje en observar y señalar los errores y elaborar propuestas de mejora; esta tarea profunda también es parte de la reconstrucción.
El relato de la historia lo hacen los ganadores de las guerras, como un ejercicio deplorable de ensañamiento moral contra los derrotados. Los que se instauran en el poder al término de la contienda imponen la revolución cultural con su corriente de opinión dominante, fabrican la historia parcial que les conviene, y viven tranquilos y olvidados de su propia consciencia. Acordaron colgarse medallas por su buen hacer. Políticos del Cabildo Insular de La Palma, consejeros en el podio olímpico de la burla más rastrera a los damnificados de la erupción volcánica del volcán Tajogaite. Estaban pensando en ellos mismos y en su posteridad, para que los recordaran como buenos servidores públicos. La desvergüenza sin reparos de los jetas, una vez más, se coloca al timón del barco. La ceremonia de entrega de esas medallas se desarrolló entre aplausos, abrazos y emociones incontenibles; fue la primera maniobra propagandística para maquillar la posesión de una fealdad moral de improbable disimulo. En ese momento, empezaron a construir un relato para el futuro.
La erupción volcánica en La Palma no fue una guerra. No sería proporcionado hablar de bandos, ganadores y perdedores de un combate bélico, porque como tal, no lo hubo. Hubo paternalismo esperpéntico de una clase política dirigente con nombres y apellidos, para desgracia nuestra, al mando de la situación aquel siniestro 19 de septiembre de 2021.
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