Un eco desgarrador se cierne sobre las mujeres trans, a raíz de la decisión del Tribunal Supremo del Reino Unido de negar su reconocimiento legal.
Es imposible imaginar el dolor profundo que invade esas almas valientes, que han atravesado verdaderos calvarios y enfrentado prejuicios y silencios, para encontrarse con una sentencia que les arrebata su identidad; para topar con la ceguera de un sistema judicial arcaico que intenta borrar la huella indeleble de su existencia y negarles su verdad.
El corazón de las mujeres trans late con la esperanza de un cambio que disipe las sombras de la marginación a la que han sido sometidas durante siglos. Pero hoy, esa fuerza se ve empañada por la fría indiferencia de una decisión que parece olvidar que la dignidad no es un privilegio, sino un derecho inalienable; por un manto de injusticia que esconde sus identidades, sus luchas, sus sueños.
El poder judicial británico ha devuelto a las mujeres trans a los márgenes. Su derecho a ser es hoy un acto de valentía. Y la búsqueda de la justicia, un acto de resistencia contra las corrientes de intolerancia.
A todas las mujeres trans que sienten el peso de esta noticia, les digo que su valor trasciende cualquier sentencia. Que su lucha es un ejemplo de coraje. Que en sus ojos brilla la luz de todas las hermanas trans que no se rindieron. Que vamos a luchar a su lado hasta que su existencia deje de depender de los vaivenes de la justicia.
La justicia verdadera no puede ser ciega. El mundo necesita escuchar con más fuerza que nunca la voz de quienes claman por existir. La dignidad no se concede, se reconoce. Persistiremos hasta conseguirlo. Es de justicia.
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