Nono Granero en la Biblioteca Pública Municipal María Nieves Pérez Acosta de Los Llanos de Aridane en 2022. ANDREW GALLEGO.
Esta semana se celebra el XVII Festival de Cuentos de Breña Alta, el pionero en la isla. Tan sólo a un año de cumplir su mayoría de edad, da vértigo echar la vista atrás y comprobar cómo han pasado por él los más reconocidos narradores y narradoras del país o, incluso, del otro lado del océano.
La manifestación artística más antigua, la de la palabra, ha sufrido en ocasiones cierto desdén por parte de las autoproclamadas «artes mayores», pero en los últimos años, quizás por una necesidad orgánica de regresar a las raíces, el mundo de la narración oral vive una nueva etapa dorada, con festivales y ciclos proliferando a lo largo y ancho de la isla, como un reflejo de lo que ocurre en el resto del país.
Un par de generaciones atrás, nuestros abuelos eran un pozo sinfín de romances, anécdotas, historietas y, sobre todo, cuentos heredados de una época no tan lejana en la que la única vía de supervivencia de la memoria colectiva de los pueblos era la narración. En África existe un dicho: «Cuando muere un anciano, una biblioteca desaparece». Por desgracia, en nuestro mundo de prisas y escasa escucha, miles de esas librerías humanas han desaparecido para siempre. Pero otras, gracias a quienes se han dedicado a recopilar sus historias, han logrado sobrevivir enganchadas a las voces de quienes las han convertido en arte.
Me gusta contar en privado (¡cuántos años, noche tras noche, les conté a mis hijos!), y disfruto inmensamente escuchando. La lista de mis narradores preferidos, de mis narradoras amadas, es extensa, y temo olvidarme nombres, así que no nombraré por prudencia. Sí me arriesgaré con quienes vienen este año al festival. Reconozco que sólo he escuchado a Nono Granero (una especie de hombre del renacimiento que además ilustra, escribe y hasta ha sido fundador de una compañía de títeres), y a Yoshi (los cuentos de este japonés afincado en Barcelona son pura delicia), pero estoy convencida de la calidad indiscutible del resto, como también lo estoy de la de quienes participan en «La palabra contada» (Santa Cruz de La Palma), «La solera cuenta» (Mazo), «Palabras El Paso» (El Paso), o «Érase una vez» y «Una biblioteca de cuento» (Los Llanos de Aridane).
Sentarse ante quien te cuenta, observar sus gestos, interiorizar las inflexiones de su voz, entrar sin miedo en las historias, saborearlas y vivirlas, salir con la impresión de llevar una mochila de buenos momentos, de pasados entremezclados con presentes y futuros cargados de posibilidades, y continuar el ciclo, contar a quienes nos rodean, no permitir que la palabra desaparezca ni se haga tan pequeña que le restemos importancia.
Esta semana, la cita es en Breña Alta, pero a lo largo del año, la isla se convierte con frecuencia en improvisado tagoror.
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