Se ha hecho una investigación y se han publicado unos resultados preliminares. Los virus existen y también las pandemias, y los volcanes expulsan materiales contaminantes que, ya sabíamos, pueden resultar potencialmente peligrosos y complicar, en un futuro, la salud de quienes se exponen a ellos. Si se trata de negar, conspirar, elucubrar y pensar que todo es un plan oculto y sospechoso orquestado por un cónclave de poderosos, no cuenten conmigo. La necedad, la ignorancia y ese empeño en querer volver a la superstición y a la divagación absurda y medieval nos está convirtiendo, lisa y llanamente, en unos idiotas. Podría ser este un buen comienzo, intenso y rompedor, para una nueva columna de opinión, la número 34 en veinticuatro meses. Una cantidad muy por debajo de lo deseado, si medito como válida mi sobreestimada virtud para contar, dentro del raquítico e irrelevante género periodístico de la columna de opinión, lo que me pasa, pienso o hacen los demás cuando odian, mienten, traicionan o estafan. Ser escritor y comunicador a tiempo parcial, obligado a hacer algún ejercicio de malabarismo para conciliar mi vida personal con mi trabajo oficial, entrevistar, leer, escribir, conversar y, sobre todo, escuchar, no es algo sencillo. En fin, es la ansiedad temblorosa que provoca vivir; una chispa química de relaciones, soledades intensas, broncas a las que le siguen abrazos fraternos, tan hondamente fraternos, que la lucha libre de los gritos y desprecios evitables son una máquina de triturar los nervios. El amor dentro de lo tóxico no será nunca el mejor camino.
Libre de objeciones intelectuales y juicios de salón, me consagro a las mieles de una victoria tan dulce como empalagosa. ¿Qué hay después de este episodio culminante? ¿Sentirme un despreocupado sin mochila a mi espalda? ¿Ser el amo de mi vida y dormir reparadoramente siete horas todas las noches? ¿La conquistada serenidad traerá calma zen o aburrimiento?
Estamos descendiendo peligrosamente hacia una mazmorra húmeda que me recuerda al calor pegajoso del mes de agosto. Un viaje de regresión infantil que sufren nuestras mentes y conductas cuando compruebo la aciaga verdad que nos muestra el discurso engolado, falsamente crítico y bastante ultra, que deja a un lado la evidencia científica basada en unas conclusiones salientes del método ensayo-error, para entregarse a la verdad revelada de que comer un tomate al día previene el cáncer, que unos avioncitos de la guerra climática destruyen las nubes de nuestros cielos o que, a través de una vacuna que rescató personas y economías mundiales de la muerte y la desolación, nos inocularon la enfermedad en forma de hemorragias cerebrales, tumores o infartos repentinos. Niegan las vacunas aquellos que, sin vacunarse, viven protegidos por la amplia mayoría de personas que sí se vacunaron, y a las que, desde su prepotencia vanidosa, miran por encima del hombro. Es el egoísmo cínico y la tontería. Menudo circo.
Recientemente, la prensa local y nacional, vocera de no pocas realidades incómodas, ha publicado bajo un titular menos sensacionalista y parece que más riguroso, los datos preliminares de un estudio que investiga las consecuencias para la salud de las personas que estuvieron expuestas a la ceniza volcánica que expulsó el colosal volcán Tajogaite en los meses finales de 2021. Al enterarnos de que buena parte de los voluntarios que retiraron ceniza tienen metales pesados en la sangre, han salido de la cueva los parroquianos de las redes sociales negando estas conclusiones científicas. Poco o nada han aprendido de aquella inconmensurable devastación. Cierran los ojos para no ver las conclusiones preliminares del estudio y chillan su catecismo fanático como chiquillos enfadados a los que le estropean la fiesta, reclamando que les dejen vivir en paz en una isla siniestrada que intenta levantar el vuelo. Consideran, parece, que ningún estudio científico tiene derecho a inquietar su precario estado de ánimo.
La vida es un sueño creado y controlado por nosotros, dioses dotados de numerosas facultades para construir un paraíso existencial en el que solo tienen cabida las buenas noticias, los futuros prometedores, el amor, la juventud y el “buen rollito”. Dioses capaces de todo que se pillan un berrinche cuando se enteran de que las chimeneas naturales de los volcanes contaminan el aire que respiramos. Asisto, cachondo perdido, al incremento voluntario de la ignorancia por parte de los sujetos maleados por el pan, el circo y la estrategia abusiva del relato político sostenido por dirigentes y gobernantes que, con su mejor intención, sienten que la isla de La Palma es un juguete que pueden reconstruir con verbos un tanto inflados, un proyecto de visión corta lleno de parches y unos balances positivos sacados del paraíso de las cifras alegres de los presupuestos y sus remanentes. Miran la isla de La Palma incrustados en la frustración de no poder resolver un cubo de Rubik. El político dice lo que la gente quiere oír, y la tolerancia general de la gente para digerir una información inconveniente es tan baja que no se pretende, en modo alguno, incordiar y acabar con la paciencia del respetable votante. Puro negacionismo de los prohombres benefactores de nuestra querida tierra palmera.
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