Percibir la existencia de un enemigo fomenta la creatividad. Una frase que es patrimonio de la necedad, pero que me sirvió para autoproclamarme columnista en la tribuna de oradores de El Periódico de La Palma con el permiso de mi amigo Felipe Ramos, presunto elemento incómodo y director de este medio de comunicación digital.
El señor Ramos aprobó las oposiciones a opositor crítico al orden establecido y al estado de las cosas con calificación de sobresaliente. El orden establecido, el estado de las cosas. Pronuncio estas dos expresiones como quien se acerca a la elaboración de un diagnóstico médico. El que me conoce sabe que, para mí, el orden establecido sin fisuras es una blanda aspiración para conformistas, un statu quo que entierra el apetito de vanguardia e iguala a los gobernantes y a los gobernados, estos últimos tan inconscientes en el firme automatismo de validar, no ya solo con el voto, sino con la dejadez humana de la mala costumbre de pasar de todo, a los primeros. Porque somos tan corruptos, ególatras y necios como ellos, nuestros gobernantes. Tenemos lo que nos merecemos.
Ciertos actores sensibles de la cotidianidad política en Canarias tienen bien engrasados los resortes, y responden con estrepitoso matonismo, al desacuerdo ciudadano colmado de desespero e incomprensión, y que se manifiesta a través de la salvaguarda legal de la libertad de expresión y todos sus productos derivados: ironía, sarcasmo, humor, pantomimas burlescas o, directamente, discursos intensos y encarnizados, sin acusaciones no probadas de delitos cometidos por sus señorías, o salidas de tono en forma de amenazas que puedan degradar el airoso alegato del ciudadano indignado.
Percibir la existencia de un enemigo fomenta la creatividad. Gracias a que existís, políticos de baja estofa, de medio pelo, de recurrentes estrofas gritadas en los permanentes mítines fuera de la campaña electoral y dentro del hemiciclo (véase Congreso de los Diputados) o en los homónimos emplazamientos de los parlamentos autonómicos o cabildos insulares. Acumuláis toneladas de ramplonería que coquetea, aisladamente, con lo borderline, con lo intelectualmente limítrofe, y sospecho que la patológica relación que mantenéis con la propia imagen de salvadores os excita sobremanera. Tal vez, por ser como sois, me he hecho columnista apolítico si me dan a elegir entre uno de todos ustedes.
Hay muchas formas de alcanzar el orgasmo. Los que están en la élite del mercado laboral llamado alta política (de ayuntamientos para arriba) citarán gustosos y babeantes aquello de “la erótica del poder”; esa masculinidad llena de sueños húmedos que ha traspasado cualquier consideración de género, ideología, creencia religiosa u orientación sexual, un fenómeno absolutamente demoledor y transversal. Luego, están los que no han sido ni serán presidentes nunca de nada, y mantienen una pancarta currada que alzan en alto contra la sobreexplotación de nuestros recursos por parte de la trama política empresarial canaria. Ellos, los reivindicadores indignados contra el modelo turístico imperante, lograrán el estimado gusto del placer del clímax orgásmico a través de la adhesión, empuje y aliento de una innombrable opción electoral, pura redención y funesta egolatría, precursora de una política fóbica de invasión de playa con clara intención de increpar a los bañistas guiris. Cada uno experimenta la vida, el placer y el clímax del orgasmo como puede.
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