Ficcionar la realidad

Ficcionar la realidad

Obra del Colectivo Pierre Menard. CEDIDA

Hace pocos días que regresé de Santiago de Chile. Es la tercera vez que me invitan al Festival Santiago Off, que como bien expresa su título, es un espacio para lo experimental, lo irreverente, lo que busca que te rebullas en la butaca.

Evidentemente, ante el riesgo no todo gusta. Siempre existe un margen amplio en el que no se consigue el objetivo deseado: obras a las que no le han metido la tijera suficiente, cuya grandilocuencia termina devorándolas o simplemente, que han armado una cáscara sin ningún tipo de sustancia interior.

Y, por supuesto, están las joyas, esas que al terminar la función ya comienzas a planear cómo traerlas a la isla, porque cuando algo te entusiasma, invariablemente deseas compartirlo. Es un poco lo que ocurrirá este jueves con la pieza de danza ‘Adepte de mon être’ de la Compañía de Danza FIENTAN de Burkina Faso: me dejó sin aliento el año pasado en el Festival Masa d’Abidjan en Costa de Marfil y tenerla por fin aquí, sobre todo pensando en el pase de mañana para alumnado de varios institutos de la isla, es la culminación de ese proceso de encandilamiento, largas conversaciones, mucha energía transformada y algo de minucioso ‘juego’ del Tetris que siempre está presente en mi forma de abordar la programación.

En Chile, fueron seis las obras que se quedaron en mi retina, todas por distintas razones, pero también con un denominador común, la posibilidad de que este año giren por Europa: teatro documental, danza, poesía visual, performance y teatro científico podría ser el resumen de esas cinco experiencias.

‘Aprendan del fuego’ de la compañía chilena Colectivo Pierre Menard es una de ellas, un proyecto que conocí en el festival del año pasado, cuando aún estaba en fase de investigación. Su director, Ítalo Gallardo, hizo que me apasionara entonces por el proyecto, escribiéndonos en varias ocasiones a lo largo de todos estos meses, hasta que ahora pude ser testigo directo del magnífico resultado. Ver la obra ya montada ha sido un verdadero subidón: un personaje tan oscuro como Carlos Lehman, cuyos retazos de vida conocidos apenas dan para una conversación informal de cinco minutos, ha sido diseccionado hasta lograr desplegar un discurso sólido y desasosegante que «desficciona» este inicial producto literario recreado por Bolaños en su libro «Estrella distante», basado en sus conversaciones con el pintor Jaime Rivera, quien le conoció personalmente. Militar, torturador, autoproclamado artista, creador de una obra inquietante alrededor de su especial visión de la ‘belleza del dolor’ llevada a un sadismo extremo, Carlos Lehmann ha vuelto a ser objeto de debate cinco décadas después de su búsqueda de notoriedad a través de su dudoso concepto del arte.

Preguntas siempre latentes («¿Puede un monstruo hacer arte? ¿Cuáles son los límites de la licencia artística? ¿Se puede separar a la persona de su obra? ¿Y separar el arte de la ideología que lo inspira?»), en las que podríamos analizar nuestra reacción a artistas como Pablo Picasso, Roman Polanski, Woody Allen, Gabriel Matzneff o Leni Riefenstahl, por decir nombres al azar.

Fue justo en medio del festival cuando comencé a leer todo lo que iba saliendo sobre Karla Sofía Gascón. Reconozco que soy tan ingenua como para pensar que sería una historia de recorrido corto, al calor de la pugna descarnada por los Oscars. Me equivocaba: estamos en plena era de la cancelación, una versión en plano espejo de la inquisición medieval, las quemas indiscriminadas fascistas de libros, el macartismo y la censura de la dictadura.

Porque cancelar es eso, censurar. Porque su libertad de opinión puede dañar los oídos o las retinas (escucharla me pone de mala leche, dicho sea de paso, porque en todas las entrevistas en las que la he escuchado desde que ganó el Premio Cesar a la Mejor Actriz, siempre me ha quedado ese regusto amargo de estar ante alguien con un desmesurado ego y una propensión casi natural a decir siempre lo menos oportuno), pero temo que si esas opiniones racistas y/o socialmente inaceptables vomitadas por un actor de carrera poco visibilizada no fueran ahora mismo las del pasado de una mujer trans cuya sola nominación a tan importantes premios ha ido rompiendo ciertas barreras, no habrían generado este tsunami brutal de odio, persecución y escarnio.

No me gusta como piensa, como no me gusta como piensan millones de personas que hoy en día validan discursos que nos alejan del sendero de avances sociales en el que tímidamente nos encontramos. ¿Y quiénes la cancelan? ¿Y quiénes impiden que por primera vez en la historia de los Oscars una mujer trans, por muy detestable que sea, se siente nerviosa y esperanzada deseando romper esa barrera? ¿Por qué no somos capaces de separar al ser humano, ese que no nos gusta, de la actriz que hasta ahora tantos elogios ha recibido por su papel? Sus tuits no han afectado a la salud mental de nadie, porque pasaron sin pena ni gloria entre tantos y tantos cargados de odio de personas anónimas. ¿Esta semana de acoso y derribo, estamos seguros de que no afectará irreversiblemente a su salud mental? Hemos sido fiscales, jueces y verdugos. Hemos linchado a una mujer trans repleta de imperfecciones. ¿Habríamos linchado de igual manera a Carlos Gascón?

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