Miriam González Álvarez: “La vida en La Palma siento que se está muriendo poco a poco”

Miriam González Álvarez: “La vida en La Palma siento que se está muriendo poco a poco”

Miriam González Álvarez en un momento de la entrevista. LA PALMA OPINA

La escritora, pintora, docente e investigadora de la Universidad de La Laguna, Miriam González Álvarez, ha expresado en el foro de opinión La Palma Opina, su tristeza ante la situación actual en la que se encuentra la isla de La Palma, tanto en el ámbito cultural, en la oferta laboral para personas con amplia cualificación o en el modelo de desarrollo económico vinculado al turismo. En palabras de la joven investigadora “a La Palma le está pasando lo mismo que le pasó a El Hierro y le pasa a La Gomera; se está volviendo un escenario en el que cada vez van a quedar menos habitantes a modo de figuración de ese escenario que vendemos para el turismo”.

Preguntada por si tiene pensado retornar a la isla en un futuro, Miriam González Álvarez se muestra pesimista. Opina que no siempre “el querer está relacionado con el poder” y advierte que la isla no alberga suficientes oportunidades de acceso al mercado laboral para personas que han completado un dilatado trabajo formativo y académico.

“No hay universidad en La Palma, yo podría estar en un centro de secundaria, pero el abanico cultural que se oferta sigue siendo muy limitado”. Reconoce que, en este aspecto, se han realizado importantes esfuerzos para ampliar dicha oferta cultural en la isla. “Es cierto que se está intentando revalorizar y ampliar esa oferta” sin embargo, cree González Álvarez, que esta limitación cultural supone “un impedimento para que muchas personas vuelvan a La Palma”.

En esta línea, la entrevistada muestra su desaliento cuando afirma que “la vida en La Palma siento que se está muriendo poco a poco” y expone una visión panorámica de la realidad poco optimista. “Cada vez quedan menos comercios locales y los que abren duran un año porque el alquiler en la calle Real es impagable y La Marina también está prácticamente abandonada”.

Duda que el actual modelo de explotación turística que se pretende implantar definitivamente en La Palma esté relacionado, necesariamente, con un desarrollo económico que mejore, no solo la vida de los palmeros y palmeras, sino que traiga mayores oportunidades laborales para estudiantes universitarios que en su día abandonaron la isla para cursar sus estudios. En este sentido, la docente afirma que la isla se convertirá en “un escenario para que los turistas vayan, disfruten de las calles empedradas y de la maravillosa naturaleza, y los palmeros y palmeras estemos allí para servirles”.

LA SOBRECUALIFICACIÓN Y LA MERITOCRACIA. DESIGUALDAD EN EL ACCESO A LA EDUCACIÓN

Para esta graduada en Bellas Artes por la Universidad Complutense de Madrid, que cursa actualmente su tesis doctoral en el programa de Doctorado en Arte y Humanidades de la Universidad de La Laguna, en los últimos años se ha consolidado en nuestro país “una maravillosa industria de los títulos propios y de las universidades privadas, que lo que te venden es que tú vas a pagar quince mil euros y vas a tener un trabajo”, y sostiene de forma contundente que “yo no estoy pagando por una formación, estoy pagando por un trabajo”. Con esta afirmación, Miriam González Álvarez pone en relieve un sistema meritocrático que no es real, y sí, tremendamente desigual, ya que, bajo su punto de vista, se accede a una formación posgrado «si se tienen los recursos suficientes para alcanzar esos méritos”. Insiste en su tono crítico al definir la meritocracia como “un engaño completo que nos han estado vendiendo, y que provoca que haya más parados sobrecualificados, más parados universitarios”.

Profundizando en el fenómeno de la sobrecualificación y en la igualdad de oportunidades en el acceso a la educación, la docente universitaria aclara que, actualmente, el acceso libre a una formación académica no está sustentado en los más elementales valores democráticos. “Creo que es un engaño, es una trampa que nos ha vendido nuestro sistema capitalista y neoliberal”, y considera que la existencia de universidades privadas agranda la brecha entre los que pueden costearse una formación posgrado y los que no. “Si realmente la educación fuera democrática no existirían las universidades privadas y no existiría esta jerarquía de poder acceder a un puesto laboral según donde hayas estudiado”, porque, puntualiza esta investigadora en Arte y Humanidades que “no es lo mismo tener un máster en la Universidad de la Laguna que en la Universidad Politécnica de Madrid”.

Abunda en su cuestionamiento de un sistema meritocrático que se “retroalimenta” de esa necesidad educativa que sienten muchos jóvenes que desean continuar formándose, y recuerda que, hasta hace unos años “con un grado podías acceder a un trabajo laboral. Si yo miro en mi entorno más cercano solo tengo dos amigos que están trabajando después de haber acabado el grado, el resto, todos, han hecho un máster”. En este sentido, añade que hacer un máster supone no solo tiempo, un máster también significa dinero, porque «un máster cuesta mucho más de lo que cuesta un grado”, lo que le lleva a concluir que es necesaria la existencia de “una serie de estructuras socioeconómicas que respalden ese acceso”. “Es mentira que todos tengamos acceso a la educación”, sentencia.

LAS ETIQUETAS GENERACIONALES

La Palma Opina preguntó a Miriam González sobre el controvertido asunto de las etiquetas generacionales. La artista e investigadora palmera analiza la doble vertiente de este tipo de categorización, y se acerca al entendimiento del fenómeno citando al filósofo Santiago Alba Rico, el cual aseguraba que, “una de las características del ser humano es la necesidad de clasificar y categorizar”. Admite González Álvarez que las etiquetas con las que se ha pretendido identificar a las diferentes generaciones a lo largo de la historia, poseen la virtud “de organizar la información, clasificándola y etiquetándola, porque es una manera de sintetizarla”.

En cambio, señala que estamos viviendo un “boom” del etiquetaje que se puede observar claramente “en las identidades sexoafectivas”. Duda la entrevistada sobre la utilidad que puede significar una categorización excesiva a través de las etiquetas. “Ponemos un nombre y decimos que esto está ocurriendo, esto está pasando, no sabemos darle solución, así que simplemente lo vamos a nombrar y, al nombrarlo, instrumentalizamos a todo un colectivo, es decir, metemos a un colectivo en esa categoría pensando que es un problema genérico, hablando de situaciones particulares como si fueran generales, y no es así”.

A pesar de las matizaciones que la entrevistada formula sobre la palabra “etiqueta”, valora que esta forma de generalización o agrupamiento de personas, colectivos o generaciones bajo un determinado “etiquetaje”, tenga validez para “personas que necesitan ser nombradas, porque ser nombradas las hace visibles, pero, por otro lado, razona que es otra trampa. A su juicio, las etiquetas lo que hacen es fragmentar y dar una sensación de rotura de la propia identidad. «Yo soy mujer, heterosexual, blanca, canaria, de clase media, sin género y así podría seguir hasta el infinito”. Este ejemplo, en primera persona, sugerido por la investigadora universitaria, es una manera de fragmentación identitaria, que pone “un parche” y no resuelve el problema. “Para mí las etiquetas no sirven para mucho, solamente parchean problemas” insiste la entrevistada.

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