Los teleféricos de Sergio Rodríguez

Tres teleféricos para una isla que renace tras una erupción volcánica. De repente, sin esperarlo, nos vienen con una infraestructura con la que Coalición Canaria vuelve a demostrar que la cultura faraónica de las grandes obras le pertenece. Es la seña principal de su carácter identitario. Una peculiar idea de progreso para una organización política sin ideología, que tanto ondea al viento la bandera de las siete estrellas verdes como saca en procesión el pendón de la conquista.

Coalición Canaria está a la vanguardia práctica de la ejecución de proyectos mastodónticos y pesadas infraestructuras; es una empresa de gestión municipal, insular, autonómica y publicitaria, que ha funcionado durante las tres últimas décadas como la maquinaria bien engrasada de la productividad. A esta perspectiva empresarial le acompaña la insignificante parodia infantil de una canariedad populachera; un producto políticamente diseñado a base de tópicos, y del que no participamos buena parte de los canarios que nos sentimos canarios, a pesar de Coalición Canaria.

Dicho esto, me congratula decir que tengo amigos o relaciones cordiales, llenas de gentileza sin dobleces, con fieles seguidores del proyecto nacionalista, el cual, estas agradables compañías amistosas, defienden abiertamente bajo la enseña distintiva de una buena raya blanca, amarilla y azul, elevadas en el mástil de nuestra bandera canaria. La Coca, denominación entrañablemente afectuosa con la que también se conoce a Coalición Canaria, es una confluencia de partidos que pervive tras más de 30 años de existencia.

Eso sí que es confluir, sobre todo, cuando el apoyo empresarial constituye un aval para las buenas relaciones que facilitan el entendimiento entre todos los miembros de la gran familia nacionalista, y que participan y conforman un proyecto político concreto, y no el vulgar mercadeo de mala leche, machos alfa y egos de colmillos retorcidos en el que se convirtió la izquierda maravillosa de oradores indignados o cultos lumbreras universitarios sostenidos por una curia de cardenales de sotanas rojas que trabajaron, denodadamente, por completar una nueva arquitectura moral compuesta por mujeres empoderadas y hombres que debían comprometerse a liquidar su masculinidad tóxica igual por el mecanismo de la culpa y el castigo. La igualdad es otra cosa; transformaciones profundas a través de una mayor consciencia, y no un nuevo producto de consumo para el entretenimiento de la plebe.

Nunca entendí las razones que empujaron a tantos seres humanos inteligentes, en los que creí y en los que deposité mi confianza, a hacer de la tontería y la memez un instrumento para la articulación de una propuesta. Cuando eres pobre como las ratas y no eres Coalición Canaria, y te faltan vínculos fraternos con determinados empresarios, construir una hermandad política es un fenómeno complejo y dificultoso. Acabarás liquidado por un caudaloso río mediático en tu contra, y te acusarán, injustamente, de sectario.

Yo no odio a nadie, y menos aún odio a las tan intrascendentes siglas de las formaciones políticas. La política sin confraternización para el interés general es un Real Madrid-Fútbol Club Barcelona, el partido de la jornada con una hinchada sobreexcitada poblando las gradas y lanzando improperios contra el adversario. Una élite perturbada de presidentes y presidenciables, de gobernantes prepotentes y oposición sanguinaria. Odiar a alguien por su pertenencia o simpatía hacia unas siglas es una cutrez, por mi parte, superada hace tiempo.

Sergio Rodríguez, si por casualidad lees esta columna de opinión, espero que tu condición de afable y educado señor vecino de El Paso, entienda que otros no pensamos como tú y estamos en desacuerdo con el sentido práctico que quieres darle a tu idea sobre cómo debe ser el desarrollo económico y social de la isla de La Palma.

No cuestiono la buena intención que el presidente del Cabildo Insular de La Palma ha puesto en cada una de sus decisiones políticas (algunas acertadas), encaminadas a acelerar una prolongada recuperación tras la catástrofe volcánica de 2021. Sin embargo, la oportunidad para tejer un gran consenso entre todas las partes involucradas en la erupción volcánica, y en su largo periodo posterior de incertidumbre, se ha perdido. No puede ser que la única vía de participación que tengamos los habitantes de La Palma sea a través de las urnas, cuando el voto se ha convertido en algo cavernario carente de reflexión, en otro peldaño más que pisamos para descender hacia el sótano de la incultura y el populismo.

Las grandes catástrofes naturales son una ocasión única para crecer, abrir debates intensos y favorecer acciones determinantes, fundando un nuevo paradigma desde la esfera política y la sociedad civil, que una vez más, ha vuelto a no comprometerse. Nadie ha sentido la necesidad de arriesgarse, de explorar otros caminos y otras opciones. Nos produce desasosiego la incertidumbre inicial que puede generar alterar el statu quo. Al fin y al cabo, no queremos cambiar nada. Anhelamos sentirnos cómodos en nuestro descorazonador conformismo, esperando, los afortunados que tenemos una nómina, la activación de la bonificación del 60% al IRPF de los palmeros residentes en la isla. Tener dinero en el bolsillo, sin proyecto a medio o largo plazo, es propaganda política y combustible para la desmotivación.

Con el patrimonio de tu apabullante mayoría absoluta, señor presidente, me cuentan que, tras dos años de gobierno, empieza a fragmentarse la ilusión de los que te votaron, y los que no lo hicimos, pero te deseamos suerte y nos mantuvimos a la espera de acontecimientos, ahora paladeamos el regusto dulzón y trasnochado de la decepción.

La Palma ha perdido una oportunidad histórica de transformación. Nos hemos conformado con disfrazarnos de “Tenerife desarrollista”, en un carnaval sin sorpresas en el que ya todo el mundo se ha quitado la careta. El uso de un discurso chantajista de verbos urgentes y tremendos para explicar una propuesta de desarrollo económico que representa el último tren al que debemos subirnos por nuestro propio bien. Se les ve venir. Poco miedo infunde el viejo recurso del mensaje paternal para sembrar dudas. Ya hemos madurado. Lo siento. No cuela.

Tres teleféricos y un hotel balneario, una desaladora, la bonificación al IRPF que alivia los bolsillos estrechos de los vulnerables y engorda los ingresos de los que más tienen, actividades industriales contaminantes en El Paso y una ampliación, con importante clavada al presupuesto, del misterioso puerto de Tazacorte. Un puerto en La Bombilla construido durante la erupción volcánica para nada, una tubería ilegal en una fajana propiedad del Estado español, una inversión de 1,2 millones de euros para traer a Marc Anthony y Nicky Jam como figuras estelares del festival Lustral Fest, porque la vida sin fiesta carece de sentido, y el que no esté colocado, que se coloque y al loro.

Algunos vecinos demandan centros residenciales para mayores en el Valle de Aridane, pero eso puede esperar. Mientras tanto, seguiré con mi monserga populista de carácter demagógico, porque todo aquel que se queja, no conoce verdaderamente la dura realidad del trabajo de los políticos.

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