Para cualquier oficio hay personas

Trabajar para tener dinero, no se conoce otra manera de sacar el cuello en medio de la marejada. Se me ocurren un buen número de actividades ilegales, salvoconductos sórdidos y necios para experimentar otra forma de libertad. Para los trabajadores colmados de ética, el horario laboral es una experiencia de inducción al sueño, amaneciendo día tras día a una mañana de somnolencia emocional compuesta por archivadores de fotocopias de días iguales. Para nosotros, cientos de millones de asalariados del mundo se nos reserva otro tipo de libertad menos salvaje. Preso de un enamoramiento que es una lubricante invitación a perder los estribos, me siguen seduciendo los tipos y las tipas salvajes, los delincuentes sin lumpen que se ponen tiernos escuchando Penny Lane de Los Beatles, los yonquis de la contracorriente que han desarrollado una portentosa musculatura de atletas en los callejones no siempre con salida, las chicas buenas que envuelven, detrás de su máscara correcta, una brujería fantástica de creadoras. Cualquier evidencia que se aleje del corazón mustio de los escolares obedientes y timoratos que piden permiso todo el rato, me vale.

Niego el miedo como niego la muerte, me trago una mentira de tal tamaño solamente porque me enamoré de la brutal y limpia rebeldía y amo ese amor que es el ciego menos torpe que conozco. Dejar de querer tener la razón es libertad, amigos, es santa libertad, una celebrada misa de resurrección llena de claveles, música, vino, deliciosos manjares y abundantes cantidades de dinero, abrazos y besos y hasta fantasías sexuales inconfesables.

Me vales tú y me valgo yo, cruzados los dos por la vibración de una sed que no se acaba. Para ser tú mismo en un mundo repleto de convenciones y objetivos políticos, correcciones morales, llamadas al orden y escandalizaciones que no sé muy bien a qué vienen a estas alturas, hay que ser descaradamente un quinqui simpático, pulcro y con buena educación. Un modo singular de proclamar la resistencia.

Qué cosas digo cuando el fervor expansivo de mis sentimientos toman el gobierno. Me dejo gobernar por el instinto y la intuición. Me odiarán los que deban odiarme, es comprensible, y me querrán los que siempre me han querido. Es el juego de lealtades porque para todo hay tiempo y para cualquier oficio, personas.

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