Es probable que muchos de los que sintonizaban la televisión a mediodía durante los casi 25 años en los que Antena 3 emitió Los Simpsons reconozcan el título de esta columna. En la secuencia inicial de uno de los episodios de la tercera temporada, Smithers comparte con el señor Burns su preocupación por la mala calidad del esperma de Homer que la revisión médica practicada al personal de la central nuclear acababa de revelar y le advierte que la empresa podría exponerse a una demanda millonaria si la causa resulta ser la radiación. El dueño de la planta trata de conjurar el problema ofreciéndole a su ahora infértil empleado un cheque de dos mil dólares a cambio de firmar un documento que exime de toda responsabilidad a la entidad disfrazándolo, ante las preguntas de Homer, en un premio que con cómica astucia bautiza sobre la marcha como “I Premio Montgomery Burns” con motivo de “su sobresaliente labor en el campo de la excelencia”.
Esta divertidísima trama nos sirve como preámbulo para referirnos a dos galardones otorgados por el Cabildo de La Palma en los últimos años, los cuales parecen haber sido tan sacados de la manga como el premio ficticio de la serie animada. Se trata de las distinciones “Orgullo palmero” y los premios “Cabildo Insular de La Palma”. Comencemos por estos últimos, pues el pasado sábado tuvo lugar la entrega de medallas a la primera tanda de laureados con unos reconocimientos que habían sido creados, al menos oficialmente, solo cuatro días antes en un pleno extraordinario y urgente, llamativa circunstancia que no hace otra cosa que destapar la improvisación con la que se ha manejado este asunto. Los premios, eso sí, no podrían ser más institucionales, tanto que llevan el nombre de la propia administración que los otorga, pero el hecho de que su puesta en marcha se haya anunciado de forma simultánea al nombre de los primeros galardonados sin mención alguna a la composición del jurado –si es que lo hubo– o a las bases –si es que existían– levanta interrogantes sobre el crédito de estos reconocimientos y su objetivo real.
Además, y a pesar de que el Cabildo sostiene que la finalidad de estos premios es destacar el papel de personas y entidades de La Palma en el ámbito social, académico, deportivo y cultural, la categoría académica parece haber quedado desierta, pues la primera nómina de galardonados no incluye a nadie en dicho apartado, y no será precisamente por la falta de talentos en este campo. Sí que resultaron premiados en las demás categorías Valeria Castro, José Checa, Sosó, Jesús Crossa, Samuel García y el club de lucha Tenercina. Esta desigual distribución de distinciones, con la omisión ya comentada de la categoría académica, una única premiada en la categoría cultural, dos en la social y tres en la deportiva, de los cuales dos de ellos lo son a título individual y el tercero colectivo sugiere una selección arbitraria y carente de sentido.
Más caóticos, pero iguales de opacos, son los otros reconocimientos a los que nos hemos referido. La primera corporación insular comenzó a otorgar las distinciones “Orgullo palmero” antes que los premios “Cabildo Insular de La Palma”, pero hace tiempo que nadie ha sabido nada de ellas. Estos galardones, que recayeron en Carmen Capote, David Henríquez y Moisés Morera, tampoco contaban con bases o jurados conocidos, pero es que además ni siquiera estaban categorizados ni fueron llevados a pleno. Vaya por delante que todos los premiados con ambas distinciones atesoran méritos suficiente para obtener un reconocimiento institucional en nombre de todos los palmeros, pero justamente por eso es necesario que los galardones tengan reglas claras y continuidad en el tiempo.
Por otro lado, resulta preocupante la aparente suspensión sine die de premios como el de investigación histórica José Pérez Vidal o el de pintura rápida Francisco Concepción, ambos interrumpidos con motivo de la pandemia de COVID-19 (tan entendible en el segundo caso como inexplicable en el primero). Ambos certámenes, que llegaron a superar la decena de ediciones, aún están a la espera de ser reanudados. Por su parte, los premios de arte gráfico Carmen Arozena y de literatura juvenil Félix Francisco Casanova vieron su última edición en 2021 cuando se aproximaban a la notable marca de las cincuenta ediciones y tampoco se sabe si hay interés por recuperarlos, situación que amenaza incluso la preservación de la memoria y el legado de las personalidades que les dan nombre.
En definitiva, el Cabildo de La Palma ha establecido últimamente nuevas tradiciones de premiación que, en lugar de enaltecer, generan dudas y escepticismo a la vez que se deja de lado certámenes de largo recorrido sin justificación conocida. La opacidad en los criterios de selección y valoración, junto con la ausencia de un proceso participativo en la nominación de candidatos erosionan de modo grave la credibilidad de uno y otro reconocimiento. Un claro indicativo de su limitado prestigio es que la mayoría de los agraciados ni siquiera se ha tomado la molestia de comunicar la buena nueva en sus redes. Y hacen bien, porque esto no es serio.
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