¿Qué esconde la palabra invasión? Un odio latente que no tiene, necesariamente, que salir a flote, pero que duerme escondido esperando una chispa que ponga en funcionamiento la intensidad verbal de su rodillo inculto, ignorante y lleno de prejuicios. La invasión de las pateras y la invasión de los turistas. Unos vienen a buscar una vida mejor y los otros trabajan todo el año para poder pagarse unas vacaciones en las playas de Tenerife.
Detrás de la palabra invasión hay odio. No maquilléis vuestras vergüenzas tras el biombo de un discurso plagado de autojustificaciones. Los que vinculan las pateras a la delincuencia y los que cantan el “tourist go home” o “esta playa es nuestra”, son dos extremos que, pareciendo que están en las antípodas el uno del otro, su proximidad en la forma del alegato los iguala. El odio al negro y el odio al turista.
La manifestación del pasado 20 de octubre contra el modelo turístico imperante en Canarias, nos dejó para el recuerdo un bochornoso momento en la playa de Troya de Las Américas. La interrupción del sentido común cuando la inmadurez de esa consciencia que presume de transformadora saca a pasear, sin rubor, la banalidad, el orgullo y la incompetencia. Errar el tiro suele traer consecuencias, que se traducirán en una más que posible degradación de la motivación popular por sumarse a las reivindicaciones que insisten en que Canarias tiene un límite. El nacionalismo independentista ha tomado el control de las movilizaciones y expresa abiertamente su rechazo al turista, al único actor libre de culpa y responsabilidad. Dirigir la mirada crítica a los que vienen de paso a disfrutar de una estancia vacacional en Canarias no deja de ser otra escenita tan mediática como prescindible.
El nacionalismo independentista ha tomado el control de las movilizaciones, y lo que es peor, empieza a dominar el lenguaje del discurso que se opone y disiente, y lo hace a través de una visión raquítica, rancia e irrisoria de la sociedad canaria y de un fenómeno complejo y con múltiples aristas como es el turismo. Gozan del respaldo y patrocinio de su gran valedor intelectual; un partido político de reciente creación y que conocemos con el nombre de Drago Canarias. Formación hecha a imagen y semejanza de Alberto Rodríguez; un personaje político desagradecido y egoísta, de mirada esquiva y con un cargamento notable de mala leche en sus intervenciones públicas. Es el nuevo mesías de la izquierda a la izquierda del PSOE, un traidor que despreció y humilló a los que tanto lo defendieron. Drago Canarias intenta capitalizar políticamente las reivindicaciones que exigen un cambio de paradigma en el desarrollo económico vinculado al turismo, pero Drago Canarias a mí no me representa, ni representa a otros tantos miles de manifestantes.
La escasa inteligencia práctica, el no saber medir los propios impulsos y el considerar que tu dolor, rabia e incomprensión son una patente de corso para “acorralar” a una pareja de turistas que toma el sol tan ricamente en la playa o alzar la voz para decir que “esta playa es nuestra”, ridiculizan a un movimiento cívico con un peso argumental importante y que ha señalado las costuras de un modelo turístico desarrollista, especulativo y demencial, que esquilma nuestros recursos naturales y dificulta el acceso a la vivienda. Un gran negocio con grandes beneficiarios, al tiempo que los índices de riesgo de pobreza y exclusión social en nuestras islas, y medidos en porcentajes del 33,8%, nos ofrecen otro panorama bien distinto al de las cifras multimillonarias de la industria turística.
Invadieron la playa para llamarles “colonizadores”, haciéndole un auténtico regalazo a ciertos medios de comunicación que tienen la función de no incordiar a los que mandan y financian sus proyectos de comunicación. Ya tienen el vídeo que querían. Ya tienen la excusa para afirmar categóricamente que los que apoyan las tesis de que otro modelo turístico podría ser posible, practican intensamente la turismofobia, porque cierto es, turismofobia hubo en esa secuencia en la que un tumulto de activistas forma una especie de culebra humana que se desplaza por la playa, banderas de Canarias con las siete estrellas verdes, bucios y pancartas en ristre. Turismofobia clara y evidente, para qué negarlo, en la genial idea de trasladar una jornada de movilización a una zona turística de la isla de Tenerife. Un error. Una flipada más. ¿Qué sentido tiene visibilizar a ojos de unos turistas que están de paso por Canarias la realidad de un modelo de desarrollo turístico claramente demoledor? Pura anécdota. Ellos no toman las decisiones ni son el origen del problema. El turismo fue un gran invento que transformó la sociedad e hizo posible la realización de un sueño impensable para generaciones de trabajadores y trabajadoras que nos antecedieron y que disfrutaron de la posibilidad, por primera vez en su vida, de coger un avión y salir de Canarias. Desde este punto de vista, el turismo ha significado un progreso notable que nos iguala en el disfrute de poder acceder a conocer mundo más allá de nuestras fronteras.
Pero ya es demasiado tarde. Ya tienen el vídeo y han montado el relato. El vídeo existe, es real y patético. Sentí vergüenza ajena al verlo para luego escuchar a mi voz interna decir: “pero cómo se les ocurre hacer algo así, descerebrados”. Cuando la mente es invadida por la nube espesa de la pertinaz radicalización, es cuestión de tiempo ponernos la venda en los ojos y empezar a cometer los más catastróficos errores.
Me pregunto si los que centran la atención de sus protestas en la molesta presencia de turistas en nuestras playas no viajan, no pernoctan en hoteles, no comen en restaurantes ni forman parte, por unos días, de la gran industria turística que nos ofrece servicios y posibilidades de gastarnos el dinero que ganamos con nuestro trabajo, haciendo lo que más nos gusta: viajar y conocer mundo. Supongo que, simplemente, se limitarán a pasar sus días de asueto en un rincón remoto de la isla de El Hierro.
Leave a reply
You must be logged in to post a comment.