La corriente del pensamiento imperante es una moda como el reguetón. Pasará. El sonido del reguetón surte un milagroso efecto en la mente y excita el corazón primitivo de sus oyentes, al tratarse de un delirio circular de voces roncas y desagradables repitiendo un mensaje que reordena los ánimos de las fieras humanas y las calma, las hace sentirse seguras y en poder de una porción de mentira aberrante. La mentira política también es aberrante; un placebo confirmatorio, un trozo de fracaso que proporciona una gaseosa felicidad. La ilusión real de cambio la vinculo a la breve existencia de la espuma de una cerveza fría. Me felicito por el incalculable valor de mi pormenorizada observación, mientras una oscura venda en los ojos recorre media Europa en forma de organizaciones políticas que aman el fascismo.
Yo no estoy de acuerdo con nadie y tampoco conmigo. Es mi mejor certeza conquistada. El miedo a ser rechazado lo superé hace tiempo, estoy tranquilo con mi consciencia y lo único que quiero es hacer preguntas.
A los críticos se nos señala por molestos, cenizos y mal enrollados con la vida. Pura farsa, y lo saben. Saben que cuando el pensamiento trae una acción inequívoca que avanza en línea recta y sin torcerse, unidireccional, sin matices, y el bien común se transforma en una biblia de argumentos irremplazables e irrevocables, la posibilidad franca de evolución muere nuevamente.
Me pregunto cómo es posible que tantas personas y tan diferentes piensen lo mismo, estén de acuerdo y sientan que el mundo atroz en el que vivimos tiene una única manera de ser cambiado por ese otro, ideal, que tienen los unánimes idealistas en sus cabezas. No es real, es una ilusión estar de acuerdo siempre. La herida sangra y ellos lo saben. La política es ridícula y exasperante, es un amplio campo de fútbol y el campo de fútbol un campo de minas lleno de racismo y el racismo una lacra y así podría seguir hasta que esta columna dejara de tener sentido.
La ideología institucionalizada pervierte el hábito de pensar, lo degrada, lo paraliza. Crees que estás pensando, pero obedeces. El pensamiento al servicio de la acción y no al servicio de un producto de consumo llamado “buena causa”, indispensable para que los rotos por dentro y los desubicados reafirmen una identidad que les evite el drama del vacío existencial. La ideología es hoy un páramo, un solar. Dudar, discutir, disentir era lo más importante de un cuento, ahora descafeinado y un tanto naif, al que le han quitado toda la gracia.
Los unánimes se citan a una hora y en un lugar, hermanados por la bandera de la ideología institucional matriz del sectarismo o agrupados bajo la creencia mágica de que tener fe es la mejor opción para salir de la crisis. Todo es cuestión de fe; el amor a la patria ibérica, el odio a Catalunya, la identidad de género, el feminismo, el ecologismo, el antiabortismo, el cristianismo, el racismo, el especismo, el veganismo, el partidismo, el rancio patriotismo. Todo es un gran forofismo reducido a unas cuantas anotaciones llenas de ingenuidad y apasionamiento que expresan un ladeado desdén por la complejidad que habita en la condición humana de nuestro carácter, temperamento o vivencias alojadas en la profunda huella de un pasado y que condicionan lo que sentimos y cómo lo sentimos.
Debemos deconstruirnos para luego empoderarnos, eso dicen con simulada entonación los que descubrieron la gran verdad del nuevo ser humano sin alma. Donde ellos ven transformación y liberación yo veo desalentadora decadencia y un capitalismo de las «buenas causas» que deshumaniza e inventa el desastre del prejuicio y un ideal ético y de justicia inaccesible.
No pienso renunciar. El creador y el destructor, la carne firme y sólida de la determinación y la sangre desparramada de la hemorragia. Es un escándalo. No rechazo nada y acepto todo. No tengo problema en pelearme una vez más con los evangelizadores del bien que seguirán afinando la escala moral de lo inaceptable. Los despreocupados y negligentes, los divertidos sin pesados cargos de conciencia harán lo que mejor saben hacer hasta el fin de sus días, vivir.
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