Resulta complicado ponerse a escribir un artículo de opinión, como el que pensaba antes del 23J, sobre del control y evaluación de las políticas públicas como práctica de buen gobierno a raíz de la toma de posesión de los gobiernos locales, insulares y Regional. No llegué a tiempo y con los resultados de las elecciones generales sobre la mesa, esta colaboración debió cambiar, lógicamente, de objeto y de enfoque.
Resulta imposible, en estos días postelectorales abstraerse del sin fin de noticias, comentarios, opiniones, declaraciones, comunicados, anuncios, renuncias, expectativas…, abiertas en nuestro país en torno a los resultados y a la persona y partido que deba someterse a la sesión de investidura y posterior formación de un nuevo gobierno. Obviaré ahora la profusión de criterios y dictámenes de eminentes constitucionalistas acerca de este precepto constitucional y el papel del Jefe del Estado en este trámite.
Lo cierto es que a día de hoy y dado lo ajustado de los resultados, todos nos hemos dado al ejercicio aritmético-político de sumar y restar apoyos, explícitos o implícitos con los que cuentan o pueden contar cada uno de los lideres de las dos formaciones más votadas, a la vez que al de analizar las condicionantes que, en uno y otro lado, existen para que pueda ser posible la investidura en el plazo establecido para ello. Asoma como posibilidad que, tal como ya ocurriera en 2016 y 2019, pudiera ser necesaria la repetición de los comicios. En aquella ocasión, noviembre de 2019, los titulares de prensa, de manera casi unánime, señalaban que el hartazgo por el bloqueo político propició que en esa ocasión se “derrumbara” la participación del electorado casi un 6%.
Pero además del hartazgo, lo que preocupa a no pocos es que estemos dando por bueno que nuestra sociedad esté irremisiblemente instalada en el marco de dos bloques políticos antagónicos en todo (me cuesta usar, por su simbología y peligrosa reminiscencia, el termino frentes) y que a la par estemos dejado de lado, alguien dirá que, por trasnochados, vocablos como concordia y consenso. Observo, con gran preocupación, en medio de tanta declaración y proclama que estemos caminando de facto hacia la negación de uno de los principios básico de la Democracia, el de la alternancia en el ejercicio del poder y que bajo simples eslóganes y argumentarios de cada bloque: “derogar el sanchismo” o “volver 40 años atrás”, repetidos hasta la saciedad, estemos entrando en una peligrosa deriva que socave las bases de nuestro sistema democrático – constitucional.
Porque si ello fuera así, y los partidos políticos pilar básico de nuestro sistema como consagra la Constitución, terminan por reconvertirse en bloques totalmente incompatibles entre sí donde la concordia y el consenso no tengan cabida, estaremos alterando muy gravemente nuestro sistema de convivencia y poniendo en peligro nuestro bienestar. Preocupa, y no poco, a muchos ciudadanos que más allá de las consignas y del marketing político, son conscientes de que, ni caben recetas sencillas para solucionar problemas complejos como se pretende desde posiciones populistas, ni podemos reproducir cada cuatro años, elección tras elección, la incapacidad de nuestro sistema político para el ejercicio de la transversalidad.
Es necesario por tanto volver a la concordia y a los consensos básicos sobre el funcionamiento de este país, dejando de lado los extremismos y maximalismos de cualquier signo, para continuar construyendo una sociedad de ciudadanos libres, iguales en la diversidad, prósperos, cultos, respetuosos con las ideas y el modo de vivir y expresarse de cada cual en el marco del ejercicio de sus derechos reconocidos por leyes justas que y para aspirar a que en cada periodo electoral se pueda elegir por la ciudadanía, sin catastrofismos ni antagonismos insalvables, a quienes más se acerquen a sus convicciones y aspiraciones.
Hace ya unos pocos de años nuestros abuelos, nuestros padres y los jóvenes de entonces nos dimos una grandísima oportunidad. El punto de partida era bien diferente al que hoy tenemos, y puedo asegurar que mucho más complicado de gestionar por las aún cercanas heridas de un periodo convulso en el que imperaba la dialéctica de vencedores y vencidos en una contienda civil. Y a fuer de dejarse jirones por el camino, construimos una nueva forma de gestionarnos y gobernarnos, dejándose cada cual parte de su programa de máximos, y asumiendo que el consenso y la concordia nos conducirían hacia un país mejor. Y lo hicimos, y algunos de aquellos jirones estaban teñidos de “sangre sudor y lágrimas”, y aún con eso, se logró. No echemos por la borda tanta generosidad y esfuerzo de tantos y tantas.
Los ciudadanos de hoy (también los políticos en activo) a los que la nueva forma de gestionarnos y gobernarnos propició la conquista de derechos básicos de ciudadanía y el acceso a la participación democrática desde prácticamente su nacimiento en la mayoría de los casos, han de poner en valor que lo conseguido hasta ahora ha sido mucho y muy valioso, y que lo que deba corregirse, a la vista de las experiencias es tarea primordialmente de ellos, de los jóvenes y no tan jóvenes, que recogiendo el testigo de aquel meritorio esfuerzo de convivencia, tienen ante si el monumental reto de mejorarlo, ampliando derechos, corrigiendo los errores detectados, asumiendo las nuevas realidades como la búsqueda de la igualdad real de oportunidades; dar respuesta a los desafíos derivados de nuestro modelo de crecimiento en el que el cambio climático inherente al mismo puede erosionar nuestra vida y los ecosistemas; nuestra pertenencia al marco supranacional europeo; la desigualdad económica no solo a nivel local sino mundial que condena a amplias capas de la población a buscar una vida digna más allá de sus fronteras nacionales o regionales; la integración y regularización de los fenómenos migratorios; los problemas derivados del despoblamiento de las zonas rurales; la digitalización, globalización y aparición de fenómenos como la IA que presenta oportunidades y riesgos de gran magnitud; la consecución de la igualdad efectiva entre mujeres y hombres; la definitiva consolidación de derechos y aspiraciones de colectivos que han sufrido discriminación y olvido por su orientación sexual; la plena inclusión de las personas con discapacidad o capacidades diferentes; los desafíos que han de abordarse en el mundo de la creación cultural y artística del siglo XXI; el papel de las creencias religiosas en las diferentes regiones del mundo, etc.
Tarea hay y mucha, mas allá de la contienda electoral, más allá de la aritmética política, más allá de nuestro posicionamiento personal o militancia política partidaria, más allá de que se conforme o no un nuevo gobierno en las próximas fechas, más allá de que se nos vuelva a convocar a las urnas de nuevo en otoño. Y esa tarea nos compete a todos, a los votantes y a los representantes políticos que elegimos o tengamos que volver a elegir. Consenso y Concordia.
Aclaro, vuelvo a escribir, tal como me propuse en las colaboraciones para este medio, desde la perspectiva de lo que entiendo deben ser las cosas, por donde creo deben discurrir, incluso si mis opiniones pudieran considerarse por los lectores como faltas de realismo o pragmatismo. La realidad nos vendrá dada y no tardaremos mucho en conocerla, y para bien o para mal, habrá que afrontarla.
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