A veces me tiro al monte, perpetro una intentona de dimisión masiva y justifico mi ausencia alegando que estaba ocupado en hacer la guerra por mi cuenta. Fundo partidos políticos, sindicatos, clubes de fútbol, religiones con sus templos en los que sermoneo embebido por mi caudalosa oratoria que no conduce a ninguna parte. Me pienso seriamente dar el palo y llevarme la pasta de la cámara acorazada del Banco de España, dar un golpe de estado sin violencia dirigido por ejércitos del cambio llenos de razón y libertad, en el momento justo en el que las jefaturas negligentes de mi corazón quieren seguir latiendo sin calma.
Me siento el reinventor del mundo, el mago, el prestidigitador que lleva la realidad a tal límite, que termina por transformarse en un efecto óptico para sí mismo. No pasa nada, es divertido, es alucinógeno, es como estar drogado, es dejar de ser lo que te han dicho que eres para ser otra cosa que tampoco sabes muy bien qué es, pero da igual. Soy un personaje atiborrado de media felicidad nunca completa, oro en el desierto, un secreto cada vez más público, una protesta insistente ante el reinado de la inocencia y la estupidez de nuestros hermanos y compañeros de viaje.
Viva la ceremonia de la vida cuando no te salen las cosas como esperas. Viva el hermoso tamaño del sueño. Festejo el absurdo de la existencia con su paso exiguo e intrascendente; criaturas lanzadas al mundo para convertirse en hijos, hermanos, padres, amantes, trabajadores que se buscan la vida, el alimento emocional, eludiendo la posibilidad imperturbable de una muerte prematura.
Soldados rasos del sistema, números simples y divisibles hasta el infinito. Acabaremos entre cuatro tablas, olvidados, liquidados por el lento envejecimiento, por la sentencia de la biología que ordena el ritmo, pausado pero definitivo, del deterioro orgánico. Serás una foto en el recuerdo de un tataranieto al que no conociste.
Demasiado tremendo todo como para entregar nuestras vidas, gratis, a la racional cuadrícula de las normas. Demasiado terrible todo como para quedarte inmóvil sintiendo angustia, contándote las mismas mentiras que te llevas contando toda la vida.
No pienso besar la bandera ideológica. La inconsciente simpleza de la sumisión y la sensatez admirada de los señores del pensamiento crítico que se hacen pasar por revolucionarios, son parte del mismo maremoto de la desgana. Monarca de la ética: es prescindible tu sensatez.
La insensatez, descubres con el tiempo y los años, es una vocación humana inexplorada y placentera, la pequeña venganza contra todos los estamentos e instituciones del orden. La insensatez debe ser un derecho básico fundamental, un derecho humano. Haré entrega de todos mis abalorios, repartiré los miles de euros que tengo en la cuenta corriente, arrojaré al fuego los miedos vulgares y reiterativos de un asalariado de clase media terriblemente aburrido y cansado. Salir de una puñetera vez a vivir la vida como un insensato hasta el último día de la fiesta, sin juicio, sin prudencia y sin miedo al desatino. La insensatez es libertad. No es nada sencillo ser un insensato, es una profesión de alto riesgo que está al alcance de muy pocos. Se necesita valentía, una amplia formación en la práctica de la despreocupación y una formidable intuición para saber qué es lo que necesita tu cuerpo, tu alma y tu intelecto, y lo que necesitan estas tres potencias del animal racional, es insensatez. El minucioso aprendizaje de la insensatez me redime y me rescata del desabrido devenir de los días. Esa es la única aspiración para un futuro halagüeño: ser un declarado y respetado insensato.
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