«Flowerheads» de Cía. Elías Aguirre. JULIA MORANZ.
La danza contemporánea nació para romper las estrictas reglas del ballet y convertirse en una disciplina porosa atravesada por el teatro, la performance y la experimentación.
Esa ruptura (cualquier ruptura en realidad), significó un rediseño de la mirada, un rebullir en las butacas como nunca antes se había producido, una apertura de mente que en muchas ocasiones sólo se dio a través de procesos individuales. Unos procesos que continúan, tanto el de seguir experimentando nuevos lenguajes como el de no lograr establecer de manera eficiente vínculos con ciertas audiencias.
Además, y eso no ayuda, existe un «todo vale» que no se rebate lo suficiente: en la danza, como en la pintura, el proceso debe ir acompañado de una reflexión filosófica, la ética transformada en Ética, para que esa mayúscula enfatice la obligación de encontrar vías de comunicación: creas para ti pero también para tu entorno, y ambos espacios deben ser permeables, ya que el uno sin el otro carecen de sentido.
En nuestra isla, la danza ha estado presente en numerosas manifestaciones, incluso no siendo conscientes al pertenecer al acervo popular, pero nos resistimos a la danza contemporánea de manera recurrente. La carencia de espacios convencionales no ayuda, y la reticencia a usar espacios no convencionales, tampoco, aunque el precedente de un festival en la Casa Massieu de Tazacorte entre 2012 y 2015, fruto de la apuesta personal de la entonces Consejera de Cultura del Cabildo Insular, María Victoria Hernández y de la técnico Mónica Vaquero, creó una exitosa base sobre la que desafortunadamente no se siguió trabajando.
«I’ve seen that face before» con Sandra Salietti Aguilera & Helias Tur-Dorvault (Italia). Masdanza. JESÚS ROBISCO.
Quizás necesitemos esa educación de la mirada a la que nos resistimos, o que las piezas lleguen a nuestra isla de manera periódica, no sólo en el breve momento en que Masdanza abre la ventana en el Teatro Circo de Marte desde hace ya unos años a los procesos creativos más allá de nuestras fronteras. Quizás con la rutina de una presencia potente de la danza contempránea en la oferta de propuestas escénicas en la isla, comencemos a fomentar un diálogo fluido con el patio de butacas o con las sillas colocadas de manera efímera en cualquier rincón o plaza.
Un ejemplo del seguro éxito de esa idea es lo que ocurrió este año en el FAVE 2023 en Santa Cruz de La Palma, un festival surgido en 2022 para poner en valor el rico patrimonio capitalino a través de las artes visuales y escénicas. Cinco propuestas de danza en cuatro días, una locura experimental que podía no haber salido del todo bien y que demostró cómo la mirada sólo necesita conectar con lo que ocurre enfrente: «Flowerheads» de la Cía Elías Aguirre en la Plaza José Mata, o «Andare» y «Kintsugi» de Impàs Danza, «Tránsito» de Per-Qt y «Site» de la palmera Teresa Lorenzo en la Plaza de España, consiguieron que muchas familias dirigieran su mirada y su escucha hacia lo que allí ocurría, con un reverencial respeto hacia creadoras y creadores. Al finalizar, todas las compañías recalcaban asombradas lo mismo: nunca habían tenido tanto público infantil, pero además entregado, atento y respetuoso.
Dos semanas después, el pasado miércoles Masdanza aterrizaba en el Teatro Circo de Marte con propuestas solistas y coreográficas llegadas de Alemania, Israel, Grecia o Italia. Un teatro convencional, y esa es sólo una opinión muy particular, no es el mejor espacio para crear nuevo público para la danza contemporánea, pero sí para su disfrute cuando ya te ha atrapado irremediablemente.
Aún así, no podemos reducirlo a un mes al año, a un municipio al año, a un espacio determinado al año. Es todo un reto con el que debería existir un compromiso, porque sin retos en los que nos emocione participar, el proceso cultural dejaría de ser un proceso vital.
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