En la salud, en la enfermedad y en las copas

Yo no veo a gente feliz, sólo veo a personas que se ríen. Vivo bañado por la fortuna de alcanzar a otear el horizonte más allá de las líneas rectas, suaves y plácidas del libre mercado con su escaparate, en el que una extensa mayoría de integrantes de una colectividad que busca el “amor”, se ofrece para participar en el juego de la compraventa de emociones.

El constante hervidero de excitación, aspiración de yonquis jadeantes que exprimen la vida como un líquido estupefaciente, siembra ansiedad y dispersión y olvida la esencia natural de la lealtad; los amados amigos y parejas parecen intercambiables sin importar la naturaleza genuina del amor, que no tiene nada que ver con la contabilización de aciertos y errores a lo largo de los años, porque hay amor (aunque diferente) después de las decepciones y la llama hermosa e inofensiva de la mítica declaración solemne que nos anima a ilusionarnos con estar presentes en la salud, en la enfermedad y en las copas, conforma una experiencia grande y profunda que todo ser humano debería experimentar, por lo menos, una vez en la vida.

Dicho lo cual, decido perderme el lúdico recreo de la superficialidad tramposa diseñada en los talleres de corte y confección del capitalismo salvaje. Los promotores de soluciones rápidas han inventado una doctrina e insisten en que tu corazón es una máquina que tienes que entrenar para eludir la visita inoportuna de los tres malignos: el duelo, la pérdida y el abandono. Seremos eternamente jóvenes y dueños de la satisfacción inmediata y sin esfuerzo, cariño.

Invertir tiempo en ser tu mejor versión, optimizar los recursos para afrontar los retos que la vida te plantee, ser aliado de los que suman porque se busca una relación que sea rentable para mis intereses. Dormir ocho horas, llevar el control de las calorías que quemas cuando caminas los cinco mil pasos preceptivos para que tu salud cardiovascular se mantenga en perfecto estado, beber dos litros de agua al día, sonreír frecuentemente, mantener las formas, parecer perfecto, simular que te sientes encantado de haberte conocido y de reivindicarte como un aguerrido soldado en la gran familia de la positividad tóxica. El muerto al hoyo y el vivo al bollo, que la vida es una sola y hay que vivirla como una experiencia en la que es difícil no entender que hay que estar arrolladoramente exultante. Catálogo indispensable para ser un buen borrego.

¿Llorar de verdad para cuándo? porque el llanto televisivo de personas que lloran por el vuelo titubeante de una mosca en cualquier concurso de jóvenes talentos de la canción, resulta ser otro subproducto de la artificialidad delante de las cámaras. Olvídalo. Frente a este ingenuo pastiche emocional desgrasado y desnatado, liviano e inocente rescato, para nutrir mi esperanza, un no me beses con tanta pasión que se me desplaza el carmín de mis labios, no me hagas llorar con tantas ganas que se me va a correr el rímel de mis ojos, no me hagas sentir tan feliz de esa manera tuya tan bruta.

Ser menos estupendos y guapos y menos falsos creadores de contenido, directores y guionistas de culebrones de postal que publicamos por fascículos en el rollo cinematográfico del Instagram. Luego hablamos del deterioro de nuestra salud mental. Normal. Creer que eres un personaje inventado te convierte en un espectro que deambula sin rumbo. Es como estar vivo en otra vida que no es la tuya. Un delirio. Se crearon las redes sociales y aprendimos a redimensionar una mentira agradable ante nuestros ojos niños, a los que les seduce el autoengaño. El autoengaño es divertido pero un rato, permanecer en él es tirarte capas de cebolla encima y acabar en el olvido de ti mismo.

¿Cómo parar esta locura?, ¿alguien sabe? Me rodean bestias ansiosas y obsesivas, preocupadas con no parar el nivel de producción y actividad. Son superhéroes, necesitan sentirse reconocidos, aceptados y queridos por derecho propio. Supremacía egocéntrica y endiosamiento del yo. Son legión y van a más, celan y envidian, acusan y señalan y si una relación se les rompe, cambiarán pronto de cromo, aplazarán los duelos y las responsabilidades, pondrán una frasecita inspiradora de crecimiento personal en el estado de WhatsApp extraída de algún gurú espiritual del TikTok y seguirán transitando por la vida como si nada hubiese ocurrido.

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