El último lugar en el que pensé terminar viviendo. No tener planes y decidir según vayan ocurriendo las cosas. La Palma es un agitado microcosmos de extremos. Por un lado, las prolongadas siestas de los dormilones que cuando abren los ojos miran con la mirada más indiferente y domesticada que jamás haya existido y, por otro, las minoritarias rebeldías bien argumentadas, provistas de una desesperante utopía desoladora.
Se me ha quedado cara de sujeto emocionalmente indefinido. Peleado con la isla bipolar de San Miguel de La Palma, sembré silenciosos encontronazos con mi escasa tolerancia al miedo y al decaimiento general del alma atribulada y melancólica del habitante de La Palma. No deja de ser una percepción subjetiva. El pesimismo visceral se adueña de mí como un latido duro en mi cuerpo, sin palabras. Es un empuje que desde dentro me atrapa, aunque salgo, animado por el anhelo de no querer caer rodando por precipicios del abismo y tuberías enrevesadas de la nada, a respirar el aire puro de la cumbre.
En todos los rincones está el zumbido del volcán, la literatura más cruel sobre una isla siniestrada pervive; es una pesada losa de mármol sobre todos nosotros. Lo sabemos. Aún huele a volcán, huele mucho a volcán en mi corazón y en el de tantos hermanos, vecinos y amigos. Me he reconciliado con La Palma. No ha sido sencillo y tampoco ha sido cuestión de tiempo. Ha sido el más arduo y costoso ejercicio de amor incompleto al lugar en el que vivo y al momento en el que me encuentro.
La isla de La Palma: dos laderas, una al este y otra al oeste, la punta del sur y una medianía elevada en el norte, un túnel del tiempo y una hilera en la cumbre como «pseudotelón» de acero imaginario que divide, fragmenta, y crea la ruina emocional de dos islas en una. El revanchismo egocéntrico, la trinchera y el recelo antiguo y corrosivo como el vinagre en la herida. La belleza perturbada y ese viejo cliché manoseado por la torpeza colectiva que bautiza a la isla, sin razón, como un manicomio sin techo. Menudo lastre.
Es rara La Palma, hasta para configurarse geológicamente como gran montaña o roca sobre el océano Atlántico a lo largo de millones de años. Isla de desfiladeros, barrancos y senderos, y desde hace tres años, la jefatura de un titánico volcán ha impuesto su ley y su política en los despachos del cabildo y en los asideros rotos de la mente, intensamente zarandeada por la fuerza de la catástrofe.
La Palma: la isla incomprensible. No hay felicidad en La Palma. Hay un raro entusiasmo corto, una abulia inquietante con su fuerza magnética que procede de la desmotivación, porque el talento emigró buscando una vida mejor. Sin talento, nos quedamos cojos, tuertos y medio mudos. No hay felicidad en La Palma, hay escapismo festivo, vaso de vino en la mano alzando un brindis al sol o a la luna en sus noches estrelladas y transparentes, porque La Palma es también una isla infinita que mira al estrellato sin un humilde destello, siquiera, de esperanza, una vez supe que habían pateado la palabra reinvención los que tanto hablaron de oportunidades únicas y futuros nuevos. Burócratas de partido, que antipatía os tengo.
Soy un extranjero en La Palma, un vecino de Tenerife, alguien que viene de ningún sitio porque se sintió extraño y, por tanto, extranjero en todos lados. Yo amo muchos lugares en los que estuve y mi nación sin documentos la componen las pequeñas cosas; el café, el vino, los libros, los viajes, la comida, los recuerdos, el amor, tú, mis padres y abuelos, y algunos episodios con los que sueño cuando duermo profundamente.
La Palma entusiasma y desangela a partes iguales. La visión siniestra de su hermoso paisaje, la envidia, la avaricia, el qué dirán de los que dicen habitualmente mentiras, el empeño amoroso por cuidar las señas y los símbolos de una identidad cultural y religiosa.
La cercanía, su fuerza trabajadora, la melancólica cadencia derrotista, la vida anecdótica. El chauvinismo palmero es una marca registrada de impoluta evidencia, sin discusión probable, porque la verdad se acepta o se rechaza, pero nunca se discute, o eso parece.
El palmero y su bondad como algo impreciso pero que es, generalmente, algo bueno. Voy cumpliendo años a medida que acumulo escombros. La experiencia es un grado, dice el manual de los tópicos aprendidos de memoria. La experiencia te hace tener más intuición que conocimiento. Esto es todo, amigos queridos de La Palma.
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