Hermanos y hermanas, yo no os creo

Sentarse a escribir no es sencillo cuando un persistente ajetreo de sentimientos encontrados deteriora la calidad del juicio. Las últimas semanas han sido catastróficas. Un fenómeno meteorológico adverso arroja toda su impensable furia contra Valencia, y entre el pastoso lodo en el que se hunden las vidas de los que quedaron vivos y ahora entierran a sus muertos, emerge un odio larvado durante años. La impotencia y la rabia, por sí solas, no suelen querer atentar contra la vida de un presidente del gobierno. Los creadores de marketing populista divulgaron mentiras inauditas e insólitos bulos en las redes sociales, y apelaron en Paiporta, al lado más sucio del corazón humano. El odio nunca falla, es una apuesta segura e inaplazable a caballo ganador. Dale a un tonto una bandera y un relato subjetivo y maniqueo de lo acontecido, y lo verás afilar los colmillos y desarrollar un agudo olfato para oler la sangre.

Después de esta anotación introductoria sobre la tragedia de Valencia y sus consecuencias, tengo que admitir que, realmente, yo he venido aquí a hablar de Errejón; ese chico tan formal, culto, preparado y excelente orador parlamentario. Cofundador del asalto a cielos con la bandera morada de Podemos, se autoproclamó incuestionable referente del cambio, como tantos otros por aquellos años locos del fin de bipartidismo. Montañas de narcisismo se levantaron. Fue complicado no sentirse seducido por todo aquel ruidoso tumulto reivindicativo de las calles y las plazas. Las proclamadas consignas, que en no pocas ocasiones me recordaron al tono ilustrado y efervescente de José Antonio Primo de Rivera, no eran más que la punta del iceberg, la primera piedra de la perversión de una horizontalidad que se fue tornando en autoritarismo; comisarios políticos que salían de cualquier ratonera de ídolos del líder, amenazas veladas y no tan veladas, incluso de muerte, robo de información personal y otras patrañas delincuenciales. Ahora, Errejón nos vuelve a recordar la gigantesca hipocresía de una izquierda absurda y mentirosa que aspiró a la transformación de la sociedad a través de una histórica victoria revolucionaria, tratando a sus votantes y a un potencial electorado afín, con la mano denigrante del paternalismo y la condescendencia.

La intensidad del impacto que generan ciertas noticias que te gustaría que no fueran ciertas. A esta hora del jueves 14 de noviembre, Errejón es un cadáver que ha iniciado ya su proceso de descomposición, rodeado de moscas verdes y de buitres, o un vivo medio muerto y acabado que va directo al matadero del juzgado ante las inquietantes complicidades que se resumen en mirar para otro lado. El que calla cuando sabe se convierte en el soporte emocional del que ha perpetrado el delito de tocar con la mano un culo sin consentimiento, o pasa el pestillo a la puerta de la alcoba del amor y del deseo para intimidar e imponer un imperio repentino de odio y humillación. Eso es lo que sabemos por ahora. Todo lo demás, culebrón, delirium tremens verbal de contertulios en la tele a la hora del café y unas señoras diputadas del partido Sumar intentando armar una narrativa del arrepentimiento, con tonos de leve autocrítica metida con calzador. Lo único que les importa es evitar el desmoronamiento de la organización política. Porque ahora resulta que aquí nadie sabía nada. Cínicas.

Hoy me apetece mucho hablar con desprecio de los intelectuales. Menudos son y que buena prensa tienen en los entornos de la izquierda progresista, analizando las múltiples aristas que nos ofrece la realidad desde que ponemos los pies en el suelo al despertar cada mañana. Es que no aprendemos. Las palabras nunca serán lo suficientemente decisivas, los pensamientos, tampoco. Es una cuestión de responsabilidad cívica desconfiar de la reflexión cuando se difunde como una especie de verdad rebosante de valores, principios y grandes intenciones, que denuncia lo inmoral del abuso, la injusticia de los desmanes y la rigurosidad del compromiso por la igualdad; todo junto, constante, insistente, rodeado de una aureola de redención, de firmeza casi catecumenal para iniciarse en los oficios de la conducta intachable.

Cuánto tienen que contarnos las largas y oscuras noches, terribles, de la santa intelectualidad.
No es fácil escribir esto, no es fácil escribir nada. Errejón el presunto y presunta la política y el hedor nauseabundo de su aliento. El presunto agresor y las feministas que hicieron como que no sabían nada. Es la descomposición fatal de casi todo.

Yo que soy escritor antes que columnista y vividor antes que pensador, estoy dispuesto a ser rescatado por la única tabla de salvación que conozco en medio del océano frío y embravecido: la honestidad.

Trabajé con la consciencia partida para unificar en un solo hombre a la persona que nadó entre dos aguas. Renunciar a todo por la causa es oscurecer más la oscuridad de las propias sombras. Reconocer abiertamente nuestro machismo es lo más coherente y humano que podemos hacer por nosotros mismos. Hazte cargo de tu alcoholismo antes de volverte abstemio. Pero no, el temperamento naif que construye a base de pico y pala un discurso, un relato, un eslogan y un populismo de francotiradores, nos ha ido conduciendo hacia la autodestrucción. Negar como negáis, pública y abiertamente vuestras miserias, sombras alargadas, contradicciones de la propia naturaleza humana, incongruencias, os hará más peligrosamente hipócritas. Por esto mismo, y por otras cuantas cosas más, hermanos y hermanas, yo no os creo.

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