Lo habéis vuelto a hacer

Cretinos todos, lo habéis vuelto a hacer. Os va la marcha, el cuerpo a cuerpo, la movilización reactiva y pasional, argumentar y contraargumentar, guerra de guerrillas, movimientos de reafirmación y la urgente e inaplazable declaración de lealtad al credo moral, ético y político hasta que el ocaso de la batalla se hace palpable, en el momento en el que te das cuenta, de que nadie quiere seguir alimentado una bronca que ha supuesto, como tantas otras veces, un dispendio energético descomunal y discutiblemente útil.

El presidente Rubiales se agarra los genitales y su virilidad se aleja de cualquier tipo de duda, eso a estas alturas lo tenemos claro, y también tenemos claro que un beso sin cobra pero tampoco consentido, refuerza los posicionamientos de los hooligans de ambas aficiones; eternos rivales incapaces de cualquier minúsculo brote de concordia, ejércitos ideológicos comandados por los amos y señores de una verdad plena, llena de difuntos, sin flores y sin luz. Puro campo quemado.

Los arrasadores que calcinaron la paciencia del respetable fueron, por un lado, los falsos libertinos que ven la mano negra y grasienta del feminismo en todos lados, especialmente en situaciones donde una mujer es agredida, como si el sentido de la justicia no iluminara por igual a todas las inteligencias humanas del planeta y, por otro lado, el feminismo cuartelario de las redes sociales, amargamente inoperativo, y que no altera el orden de los despropósitos ultraconservadores, ni hace temblar, lo más mínimo, las estructuras patriarcales que rigen diabólicamente el mundo, mientras mi vida se precipita hacia la continua desafección que me produce el pronombre neutro “elle”.

Pero volvamos a poner la mirada sobre la futbolista de la selección española presuntamente agredida. Jenni Hermoso carece de capacidad autónoma para construir su propia opinión. Ha sido teledirigida por fuerzas externas y adoctrinantes, representadas por unas mujeres muy cabreadas siempre, vestidas con una sábana fantasmal violeta con la que meten miedo al modo en que lo harían unas malvadas brujas inquisidoras. Jenni Hermoso aceptó lo inaceptable, el famoso beso, porque, al fin y al cabo, a qué mujer no le gusta encontrarse es su vida con un malote de verdad?

Los que piensan que la manaza demoniaca del feminismo, esa secta que vino a inculcar la segregación entre mujeres (permanentes en su bondad) y hombres (permanentes en su maldad), ha intervenido en todo esto para marcar el paso en la toma de decisiones de Hermoso, son los que se han tomado el envite poco menos que como una cuestión de lucha política, levantándose en «armas» contra la mujer que dice haberse sentido ofendida, invadida y denigrada. Frente a esta monstruosidad de cerebro de mosquito, se rearma la contundencia de los santos oradores de la justicia universal para satanizar, con floridos verbos y argumentario de calado, al belcebú sin pelo, rey descoronado de la dirigencia del fútbol patrio, Luis Rubiales, reservando, anecdóticamente, unas diminutas referencias sin mayor importancia, al triunfo irrelevante de unas mujeres, futbolistas, que ganaron, nada menos, que un Mundial de fútbol. El debate sangra por todos sus costados y el bostezo es tan real que siento unos intensos deseos de dormir y olvidarlo todo.

Descargar nuestro odio sobre una figura que representa el mal, lo indecente, lo soez es un atajo para reivindicar nuestra magnífca moralidad. Eso se nos da bastante bien, nos pone cachondos y cachondas. No nos engañemos, el trabajo de nuestra vida no es cambiar el mundo, es irnos a la cama sintiendo que somos tan buenos que hemos dicho justamente lo que teníamos que decir como embajadores del bien. Inocentes por el mundo. Cretinos todos, lo habéis vuelto a hacer.

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