Mediación y lenguaje

Mediación y lenguaje

Momento de una de las sesiones del III Seminario Internacional de Mediación Artística. CEDIDA

La pasada semana tuvo lugar el III Seminario Internacional de Mediación Artística entre Málaga y Cádiz, que por primera vez se celebró en nuestro país de la mano de Red Media, Australia Espacio de Residencia (Argentina), el Centro Cultural MVA (Málaga) y el Festival Internacional Cádiz en Danza, tras las dos ediciones anteriores en Chile y Argentina, respectivamente.

Formar parte de la Delegación Canaria fue toda una experiencia, no sólo por lo escuchado y experimentado esos intensos días de charlas, mesas redondas, estudios de casos y laboratorios, sino también porque es en esos encuentros donde los lazos se refuerzan, las dudas se comparten y el lenguaje adquiere nuevas dimensiones. El lenguaje para nombrar el punto exacto en el que la mediación habita, pero también para nombrar el futuro, repleto de posibilidades.

Un lenguaje que para quienes peinamos canas y de una manera u otra llevamos involucradas décadas en similares procesos, resulta curiosa su transformación: Llevo asistiendo a seminarios, congresos o mesas de trabajo desde hace unos veinte años, desde lugares muy diferentes porque, como el lenguaje, yo también me he ido transformando. Espacios, por ejemplo, para hablar de voluntariado cultural, un término que cobró protagonismo sobre el 2010 y que, tras pocos años, desapareció ante la imposibilidad de legislar algo tan volátil y controvertido. Porque, ¿cómo distinguir lo voluntario de lo precario? No recuerdo el lenguaje de entonces, pero sí mi frustración ante la paralización de un diálogo que temí perdido.

Pero simplemente se trataba de buscar nuevas fórmulas. Ahora, las acciones se nombran ‘dispositivos’ y la transversalidad sigue su curso, atravesando cuerpos, instándonos a desaprender y a regresar a la raíz que se desechó como pasado incómodo y de difícil imbricación en las vanguardias (¡Qué error!).

Ahora el lenguaje es inclusivo, aunque aún sintamos que no lo tenemos integrado apropiadamente, nos deconstruimos cada día como buenamente podemos, sentimos que los procesos siguen siendo lentos, aunque el lenguaje evolucione con rapidez, y en el fondo, siento que esa misma formalidad que nos autoimponemos, nos resta agilidad por miedo a no decir la palabra correcta en el instante preciso.

Estos espacios sirven justamente para chequear en qué lugar te encuentras, si aún eres capaz de estar en el presente y de afrontar el futuro con esperanza y herramientas. De hecho, escuché a mujeres de mi edad pidiendo que las jóvenes les enseñaran a desaprender. Lo reconozco, me enfadé: Desaprendemos cada día si estamos dispuestas a mantenernos en la escucha activa. La edad es un número, no una sentencia.

De las intensas jornadas me quedo con algunas frases: «El primer derecho cultural es la vivienda» o «Para construir derechos hay que destruir privilegios» (Dani Granados, delegado de Derechos Culturales del Ayuntamiento de Barcelona); «Es necesario dotar a la adolescencia de herramientas para que ejerzan la soberanía visual (¿qué quieren ver y qué no?)» (María Acaso, socia fundadora del colectivo Pedagogías Invisibles, y jefa del Área de Educación del Museo Reina Sofía); «El mayor problema de la Cultura es la desconexión con gran parte de la ciudadanía, así que hay que desarrollar políticas y proyectos que rompan esas barreras» (Jazmín Beirak, directora general de Derechos Culturales del Ministerio de Cultura), «Ahora es difícil devolverle a los pobladores de las zonas rurales la confianza en recuperar lo perdido, incluida su forma de entender la cultura. Hay una falta de reconocimiento de los daños causados: la idea comunal ha sido pisoteada, y si no reparamos lo material y lo espiritual, no podemos hablar de derechos culturales sin resultar estridentes» (Jorge Gallardo, cocreador del proyecto Beetime en Vejer de la Frontera); «Si una comunidad nunca se ha sentido apelada, no te va a echar de menos» (María Cifuentes, directora de programación y audiencias en el GAM, Santiago de Chile); «El arte es una herramienta que nos permite desaprender», «Mediar significa negociar, y negociar es político» o «Desaprender no es un ejercicio simple […] Nos pide deshacer una cierta ficción o mundo para diseñar otras diferentes, donde la dominación no sea un método posible» (Mónica Hoff, artista, curadora e investigadora brasileña).

Hubo mucho, muchísimo, más y, como en todo encuentro, no siempre interesante, pero incluso en ello hallas inspiración o motivo de autoanálisis. Sobre todo, en este momento legislativamente crucial en el que el Plan de Derechos Culturales que de manera participativa se ha ido elaborando a lo largo del último año, será presentado oficialmente este próximo mes de julio. Legislar para validar, para recordarnos que vivienda, trabajo, educación y cultura son derechos que deben ir de la mano, junto a términos que ya nadie debería cuestionar, como la paridad, sin la cual destruimos los referentes y seguimos inmersas en una sociedad injusta y desequilibrada.

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