Tomo prestadas, para iniciar la columna de hoy, las palabras de Layla Martínez, que ha inventariado otros mundos posibles en su obra “Utopía no es una isla”, nos recuerda que “nunca han existido las sociedades perfectas sino un impulso inagotable por caminar hacia mejores horizontes. El horizonte es en sí
mismo el camino. No hay nada más necio que asumir la realidad tal y como nos viene dada. No hay nada más razonable que construir realidades más justas incluso allí donde la justicia es un rumbo remoto” en definitiva aboga por aquello de -Seamos realistas, pidamos lo imposible-.
Pues bien, con esta cita expreso una declaración de intenciones para mis colaboraciones con este medio. El contenido de mis artículos de opinión, en EL PERIÓDICO DE LA PALMA tendrán por lo general una dosis no menor de búsqueda u ofrecimiento en aras de contribuir a la construcción de sociedades más justa,
de propuestas para caminar hacia mejores horizontes. Dejo, por tanto de lado, el simple análisis o comentario sobre la realidad cotidiana, del día a día tal cual es, por la mirada, desde la realidad presente , hacia los futuros deseados.
Durante el tiempo que ejercí como gerente de empresas, entendí que la gestión de los asuntos cotidianos de la actividad no podía ser excusa para no afrontar, descubrir e impulsar la innovación, el cambio, los retos de futuro. En definitiva, señalar y liderar, dentro de la empresa, el papel de la misma y de sus integrantes en el marco de la evolución de la sociedad y las demandas de los clientes y usuarios, en definitiva de la sociedad.
Entrando en la materia propia del título de esta colaboración, leía en un artículo de prensa hace poco que “la democracia de partidos es muy imperfecta y los partidos son una fuente constante de frustración porque incumplen promesas, hacen en muchas ocasiones lo contrario de lo que dicen y se olvidan a
menudo de quien los vota. Desgraciadamente, son los propios partidos (unos más que otros, también es verdad) quienes dan pie a que el electorado, se abstenga de ir a votar en gran medida”. Esta afirmación me llevó de inmediato a rescatar unas notas que venía elaborando acerca del papel que los partidos políticos vienen teniendo en las sociedades democráticas y en concreto en nuestra más cercana realidad.
Ocurre que una parte no menor de la sociedad se inhibe de participar en la fiesta de la democracia por excelencia absteniéndose en los procesos electorales convocados. En las recientes elecciones autonómicas y municipales en diferentes territorios más del 40 % de los llamados a las urnas no ejerció su derecho. Una de las razones que se esgrimen al analizar esta realidad es el desapego, la falta de motivación y el creciente sentimiento de que la participación política es “cosa de ellos”, de los propios partidos. A mi entender
para que esto sea así, una de las razones, si no la principal, es que el mandato recogido en el artículo 6º de la Constitución, como elemento básico del sistema democratico que la misma consagra de que ”Los partidos políticos expresan el pluralismo político, concurren a la formación y manifestación de la voluntad
popular y son instrumento fundamental para la participación política. Su creación y el ejercicio de su actividad son libres dentro del respeto a la Constitución y a la ley. Su estructura interna y funcionamiento deberán ser
democráticos”, viene siendo incumplido por todos los partidos políticos (más por unos que por otros) de forma sistemática, siendo insuficiente el desarrollo legislativo que regula este precepto constitucional y muy deficiente la voluntad y la praxis de los diferentes partidos a la hora de darle cumplimiento.
Por las direcciones de los partidos se viene haciendo uso y abuso del poder del que son depositarios y los estatutos y reglamentos de los que se dotan así mismos, aunque formalmente cumplidoras de la Ley Orgánica 6/2002 de Partidos Políticos esconden, en la práctica, artimañas y alambicados procedimientos para conseguir el fin perseguido por minorías dirigentes. Esto es, mantener a unos pocos en el control “orgánico” de los partidos eludiendo el debate democrático entre sus afiliados y simpatizantes, a la vez que exigiéndoles “lealtad” como única garantía de poder acceder a las listas en los diferentes procesos electorales, listas que por otro lado son bloqueadas y cerradas y preservan el “anonimato” de la mayoría de los candidatos para ante
los votantes; para ser designados como cargos públicos o para ocupar puestos de “personal de confianza” en las instituciones que controlan. Se soslayan, las más de la veces los debates internos, los grupos sectoriales, y se apela más una mal entendida “unidad”. No se buscan militantes empoderados y capaces de aportar ideas, contraste de pareceres, propuestas rigurosas en los diferentes campos de la acción política y el liderazgo social, se opta por afiliados que aplaudan, callen y obedezcan.
Este estado de cosas determina, a mi entender, un grave desprestigio de la política que viene generando en no pocos ciudadanos y desmotivación hasta hacerles abdicar de su legítimo interés por la participación política, cuando no el rechazo de una importante parte del electorado a tan siquiera a acudir a las urnas.
Y a río revuelto…, en estos últimos tiempos vemos que, como consecuencia de lo anterior, acceden a las instituciones y al gobierno de la “cosa pública” personas sin la necesaria sabiduría, preparación, conocimientos y experiencia, y que en algunos casos, la motivación obedece a fines de enriquecimiento personal, obtención de un trabajo remunerado en “lo público”, y /o la obtención de prebendas y beneficios privados. Algunos casos recientes no solo hieren la sensibilidad social, sino que contribuyen al mayor desprestigio del que debiera ser el noble desempeño de la acción política. Es hora de parar, reflexionar y ver dónde nos hemos equivocado, es hora de repensar el papel de los partidos políticos y de garantizar transparencia en su composición, funcionamiento, financiación, implantación etc.
Los “aparatos” de los partidos, (es sintomático que no sea de dominio público y de fácil constatación el número de afiliados con el que cuentan), son controlados por unos pocos, y éstos llegan a ellos por métodos y
procedimientos sólo aparentemente democráticos y participativos. Los“aparatos” se terminan convirtiendo en estructuras de poder cuya principal finalidad es la de mantener el “control” del partido. Y desde ese control
determinar quiénes, de entre sus leales, accederá a instituciones y demás entes de poder.
Así las cosas, se constata, cada día en mayor medida, la escasa implicación de los ciudadanos y el nulo interés por integrarse a través de los partidos políticos, en su actual configuración, en la gestión de los asuntos
públicos. Por esto son legión quienes no quieren saber nada de política y menos aún de participar activamente en ella a través de los partidos, empobreciendo así el debate social, intelectual, científico, técnico, experiencial
y político acerca de los problemas de la sociedad y de las soluciones que deban ponerse en práctica para solucionarlos, Y por contra, surgen por doquier aquellos que, más allá de proyectos, programas, propuestas, solvencia o experiencia, esgrimen como única carta de presentación para hacer “carrera política” la lealtad a los aparatos y la indisimulada necesidad de conseguir para sí mismos un empleo público remunerado o de ascenso en la escala salarial y social.
La democracia para que siga siendo la menos mala de las opciones para gobernarnos, necesita de una sociedad civil organizada, y exigente con el poder, y articularse a través de partidos auténticamente DEMOCRÁTICOS. Es el momento, es ahora, hemos de abordar cuanto antes, y antes de que sea demasiado tarde, las reformas necesarias, incluso la constitucional si fuera precisa, en materias tales como las circunscripciones electorales actuales que tanto a nivel nacional, con la provincia que ya no tiene asignado prácticamente ningún papel en el entramado institucional que hemos construido desde 1978, como de manera singular en Canarias (de cuya “originalidad” comentamos en este mismo medio un anterior artículo) que alejan a los parlamentos de la genuina correspondencia entre votos y escaños, y que además sirven este tipo de circunscripciones y sistemas de listas cerradas y bloqueadas al omnímodo poder del que gozan los aparatos de los partidos; planteemos la conveniencia de que a nivel local (cabildos y ayuntamientos) deba gobernar siempre la lista más votada y que las listas que se presenten a estos comicios sean también abiertas para que los ciudadanos puedan expresar sus preferencias entre los propuestos por los partidos; exijamos nuevos y más rigurosos sistemas de sistemas de transparencia y control sobre el carácter auténticamente democrático de los procesos internos de los partidos, sobre sus fuentes de financiación, sobre el número real de sus militantes y/o simpatizantes, etc.
Queda un largo proceso por recorrer, y probablemente quede poco tiempo para emprender estas tareas renovadoras si en realidad queremos renovar y prestigiar nuestra Democracia antes de que la desafección y el hastío triunfen definitivamente en nuestra sociedad y hagámoslo antes de que el envilecimiento y la polarización política partidaria y el exceso de la parálisis burocrática terminen por engullirlos y triunfen los nostálgicos de sistemas autoritarios.
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