No me representa

Una expresión que detesto: NO ME REPRESENTA. Dicha expresión, generalmente pronunciada con un tono enfático, es un modismo, una coletilla anunciadora de un discurso rotundo y reactivo y que surge de la convicción interna de sentirte intensamente ofendido. “No me representa” sugiere una maquillada justificación del derecho al odio, al rechazo, a ejecutar las diferentes prácticas de la denigración, porque, no seamos inocentes, detrás del “no me representa”, aflora una elegante y refinada manera de posicionarse y de no estar dispuesto a transigir con cualquier manifestación artística, literaria y musical que no se ajuste a nuestro canon moral, ético e ideológico. Si somos incapaces de aceptar que cohabitamos con lenguajes, estéticas, analogías e incluso con representaciones escénicas de un espectáculo salpicado de exabruptos verbales, no seremos más que unos tristes seres dando vueltas sobre sí mismos, demasiado convencidos de tener entre manos una idea santa irrefutable. Ellos son el bien. Dios me libre de convertirme en semejante vaguedad sin color.

Llegado a este extremo, activo todas mis alarmas para no parecerme a ustedes, ahijados del dogma, y me presto voluntariamente a renegar de todas mis verdades, convicciones e ideologías. La vida es bella cuando la contradicción nos propulsa como un cohete para visitar otros mundos y se transforma en un acontecimiento excelso cuando “concedes” a los demás la libertad que para ti quieres, así, dejarás de comportarte como un ofendido.

Urge no tener miedo a sustituir el espantoso drama sufriente por una alegoría del azar en la que nada es tan grave como nuestras cabezas razonadoras plantean. Igual así viviríamos mejor. Viviríamos como vividores libres.

“No me representa”. Es que no tiene que representarte en nada; consumidor de cultura, agudo observador, analista encolerizado, dueño de la verdad. Los artistas existen sin tu permiso, ni tu juicio moral, ético y político.

Los escritores, salvo execrables excepciones, creamos, fantaseamos, inventamos mundos paralelos que terminan confluyendo con el mundo real en un punto último y, a veces, ni eso. No necesitamos representar las aspiraciones éticas y las correcciones políticas de ningún público lector. Salvo excepciones, no queremos ser abanderados de ninguna causa revolucionaria y transformadora.

Lejos de afilar mis nervios, celebro lo que otros censuran. Ven maldad en la ironía, confunden el viejo deseo de provocar con una inaceptable ofensa al buen gusto de los que nunca se salen del tiesto. Ellos y ellas se lo pierden.

Me fascina mi propio desmoronamiento como actor hipersensible que se escandaliza. Dirijo una crítica a las voces emergentes del búnker ideológico que se ha ido acomodando a lo largo y ancho de los últimos tiempos, mires hacia una dirección o hacia su contraria. Muerta la reflexión seremos todos felices, porque no hay plenitud mayor que sentir que integras la construcción del bloque hegemónico invencible frente al enemigo, para luego liquidar a la disidencia que estropea la fiesta y la mentira, mientras la hormigonera de los prejuicios y los conceptos absolutos trabaja sin descanso.

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